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Argentina frente al siglo XXI, el debate para la post pandemia

os argentinos están atrapados en una disputa política mezquina. La clase política no tiene la capacidad de sentar consensos mínimos para un escenario post pandemia.

Los argentinos están atrapados en una disputa política mezquina. La clase política no tiene la capacidad de sentar consensos mínimos para un escenario post pandemia. La pobreza superó el 40% del país, mas de tres millones de argentinos sin empleo, la inflación, la moneda que pierde valor estrepitosamente, la creciente inseguridad en las calles de grandes ciudades, los abusos del Estado para imponer medidas sanitarias, que terminaron en medidas contrarias a la ley y la Constitución.


Por: Jorge Alejandro Suárez Saponaro | Director de Diario El Minuto para Argentina


Argentina vive horas oscuras y una de las crisis más graves de toda su historia. La crisis de la pandemia puso al desnudo una dura realidad, que los políticos no querían ver. Estamos ante una oportunidad de sentar las bases para un nuevo “Acuerdo” que permita a la Argentina salir hacia adelante, como lo hizo a mediados del siglo XIX, que de ser un país desgarrado por la guerra civil y la pobreza, en pocas décadas se convirtió en una potencia de primer orden en el Cono Sur.

La Argentina viene perdiendo “el tren” de la historia desde hace largo tiempo. Los años 90, época que el país debía encarar una reforma estructural, no hizo más que dinamitar el Estado y potenciar males existentes. El país se endeudó, perdió capacidad de maniobra interna y externa y en 2001, hizo crisis el modelo económico, que desde el principio estaba llamado al fracaso. La devaluación, el alza de los precios de las materias primas, trajeron ingentes ingresos a las arcas del Estado.

El populismo irresponsable no hizo más que expandir el gasto a niveles alarmantes. Un festival de subsidios, ayudas sociales, que no tenían otro objetivo, sino más que electoral. A ello se añadió un estilo de política, que dividió a la sociedad profundamente.

La gestión del presidente Macri, que generó muchas expectativas, no pudo o no supo capitalizarlas y se perdieron años, en los cuales la Argentina hubiera hecho una transición para romper con los males del populismo. En este 2020 la crisis del COVID 19, puso en evidencia el grado de vulnerabilidad de los países en vías de desarrollo, entre ellos la Argentina.

Vienen profundos cambios, en un mundo multipolar y con un rol cada vez más débil de las instituciones internacionales, prevaleciendo cada vez más las iniciativas de los Estados, un marco también de mayor ilegalidad internacional, y ello demanda la construcción de alianzas regionales y extrarregionales, para compensar la debilidad propia.

Brasil en la región vuelve a buscar un rol protagónico, usando diferencias políticas, para exhumar viejas ambiciones geopolíticas, como observamos con el caso venezolano. La crisis puso en evidencia que Argentina está aislada, no tiene alianzas sólidas y tiene muchos condicionantes.

La bonanza económica en los primeros años del siglo XXI expandió el consumo interno y para muchos fue una época próspera, por los altos precios de las materias primas, especialmente la soja. Esto facilitó la expansión de un régimen clientelar, un gasto descontrolado del sector público, subsidios para servicios públicos. El modelo económico sentado en la renta sobre recursos naturales, estaba destinado al fracaso.

La Argentina desde 1930, precisa un cambio estructural en su modelo económico. Este modelo basado en la exportación de bienes primarios, una industria orientada al mercado interno, un estado deficitario y otras falencias generan un cóctel explosivo, que trae inflación y constantes crisis. La Argentina tiró por la borda un tiempo que le hubiera permitido reconstruir su infraestructura, solucionar su déficit energético, desarrollar la economía y una profunda reforma del Estado.

Mientras la Argentina perdía el tiempo en discusiones en torno al pasado, disputas mezquinas, bravuconadas, otros países hicieron bien sus “deberes”. Estonia, que luego de décadas de comunismo, se transformó en un alumno modelo, introdujo a la sociedad a la era digital, sus reformas económicas, le permitieron ser competitiva en el mundo y aspirar a que sus habitantes tengan patrones de vida similares a los socios más desarrollados de la Unión Europea. Irlanda, fue otro país que se atrevió a realizar importantes cambios.

Al otro lado del mundo, Corea del Sur, apostó a la innovación e inspirados en el modelo japonés, el país es una potencia económica de primer nivel.

La lucha contra la corrupción, el cambio de mentalidad de las clases dirigentes, educación y un horizonte claro fueron factores decisivos para salir adelante en muchos países, que hasta no hace mucho tiempo pertenecían al mundo de los “países en vías desarrollo”. Sus economías apostaron al ahorro, seguridad jurídica, una sólida infraestructura, políticas de largo plazo y especialización. Los

surcoreanos buscaron un lugar bajo el sol, en materia de electrónica, comunicaciones, industria automotriz, construcción naval y mecánica pesada. Hace unos años comenzaron discretamente a expandir su sector aeronáutico. Las empresas apuestan a la innovación, excelencia, capacitación de personal y cuadros gerenciales.

Singapur otro ejemplo de innovación, lo ha logrado apoyado por una excelente educación, donde se ha creado una sólida infraestructura, los docentes son seleccionados entre los mejores estudiantes y con muy buenas remuneraciones, jerarquizados profesionalmente. Argentina ha hecho el camino a la inversa y el deterioro es visible, donde vemos políticos que se llenan de promesas, sindicatos en constante conflicto y los alumnos rehenes de este círculo vicioso, agregándose altas tasas de ausentismo y deserción.

Las fuertes inversiones en infraestructura le proveen a los países, competitividad. Argentina destruyó sus ferrocarriles, no desarrolló grandes proyectos de vías navegables, ni aprovechó el potencial energético, que podrían haber roto con las pesadas cadenas del petróleo.

La clase política ha construido un estado pesado, costoso e ineficiente. Este lastre ahoga al sector privado, que ha hecho ajustes brutales. Millares de pequeñas y medianas empresas desaparecieron, desempleo, empleo informal, y largo etc.

La pandemia y las medidas carentes de una estrategia clara, como de planeamiento, llevaron al cierre de miles de empresas y comercios. Se han destruido más de tres millones de empleos, poniendo además de relieve las alarmantes tasas de empleo informal que tiene el país, donde un 40% de argentinos están en este circuito.


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Las nuevas masas de desempleados se suman a millares que dependen de ayudas del estado, que carecen de una formación adecuada, si pensamos los desafíos que impone este siglo en materia de mercado laboral… La robótica, la informática, el mundo digital invade nuestras vidas. La automatización industrial es un hecho. Expulsa mano de obra. ¿Entonces qué hacemos? Este es un caldo de cultivo para descontentos, desigualdad y violencia.

El modelo agroexportador está agotado desde hace tiempo. El país debe transformar su economía radicalmente. Asimismo debe estar acompañado por un verdadero plan de alfabetización de la población para introducirla en la era digital. Así como el proyecto educador del siglo XIX, impulsado por el presidente Sarmiento en 1870, permitió crear las bases de una sociedad que tuvo una de las clases medias más importantes y pujantes de la región, es hora de lanzar un proyecto de la misma magnitud para preparar a los argentinos en el mundo digital. Generar nuevas capacidades, habilidades y talentos.

La industria también debe pasar por una importante transformación. La Argentina puede ser competitiva en biotecnología, medicamentos y equipamiento de salud, informática, alimentos elaborados, exportación de servicios, maquinaria agrícola, equipos de alta tecnología (nuclear, satélites, componentes aeronáuticos, materiales especiales), construcciones navales, además de exportar energía.

El potencial de Vaca Muerta permitiría el desarrollo de una importante industria derivada, si se fomenta y crean condiciones adecuadas.

El potencial hidroeléctrico, como energías alternativas, puede generar capacidades propias, además de crear excedentes exportables. La abundancia de energía son factores para el desarrollo. Las llamadas “cadenas de valor” pueden ser un nicho potencial para las Pymes (pequeñas y medianas empresas).

Vivimos en un mundo globalizado, hoy pocos productos son cien por ciento nacionales. Nuestro mercado interno es reducido y por ende no tiene sentido mantener un sector industrial orientado a espacio de consumidores que fluctúa con las crisis. Argentina debe pensar en un nuevo modelo industrial, apoyado en el talento nacional, la innovación, crédito y una política que apoye la exportación.

El desarrollo de nuevos espacios como el Gran Chaco con el desarrollo de la cuenca del río Bermejo, el proyecto del Paraná Medio, el Puerto de Aguas Profundas, el desarrollo del Alto Valle del Río Negro – Neuquén, o el polo de desarrollo de Santa Cruz –Tierra del Fuego, amplía las perspectivas de generar empleo, crear áreas de desarrollo y atracción de población que rompa con los desequilibrios regionales del país.

La reconstrucción del sistema ferroviario demandará miles de empleos, no solo para trabajos en las vías, estaciones e infraestructuras asociadas, sino en la construcción y reparación de millares de vagones y locomotoras. La reconstrucción del ferrocarril, junto al desarrollo de vías navegables,

reduce los costos, contribuye a la competitividad del país y reducir el tristemente célebre costo argentino. En este contexto, es preciso pensar en contar con marina mercante, reducir los costos de flete marítimo, el sistema de transporte aéreo, que la crisis del COVID ha puesto contra las cuerdas. El país no puede seguir gastando millones de dólares en una empresa deficitaria. Deben tomarse medidas para que el interior del país esté conectado, no solo entre grandes centros urbanos, sino también con buenas conexiones internacionales.

La Argentina debe ingresar al mundo digital. Esto requerirá un gran esfuerzo educativo y económico. El país cuenta con talento propio para desarrollar y mejoras las comunicaciones, la informática, que se traslade a la calidad de vida del ciudadano. Millares de ciudadanos pierden horas valiosas en trámites ante entidades bancarias del Estado, o registrar una sociedad comercial es un trámite engorroso, ni hablar de la Justicia.

También un turno de hospital, donde miles de personas, pasan la noche esperando un número. Esto en pleno siglo XXI, es inconcebible. En pequeños municipios es factible llevar el “Estado digital” y dar comienzo a una revolución como la que llevó a cabo Estonia hace más de una década. La Argentina tiene una brecha digital que la aleja cada día más de un mundo cambiante.

Esto afecta tanto al sector privado como público. El desarrollo de una moderna infraestructura de tecnologías de información y comunicación, puede generar empleo y capacidades propias. Para ello requerirá reglas claras, un mercado abierto que incentive la inversión y la innovación. Estonia ha creado la figura de “domicilio fiscal digital” donde muchas empresas, con residencia virtual en dicho país se acogen a beneficios impositivos. Esto es un camino a seguir para la Argentina. Las PYMES se pueden beneficiar con el comercio electrónico, permitiendo que puedan llegar a consumidores potenciales en todo el mundo.

La Argentina debe proteger su medio ambiente. El comportamiento de los gobiernos locales y el federal ha sido negligente. El cambio climático es una realidad y la desforestación, como el pésimo manejo sustentable del suelo, atenta contra la base de la economía del país, la agricultura y ganadería.

El país debe tener un manejo responsable de sus recursos hídricos, recuperar bosques, y reservas naturales, trabajar en la conservación de la biodiversidad marina. Esto tiene estrecha relación con el futuro del país, dado que ofrece interesantes perspectivas para el desarrollo de comunidades costeras y el manejo sostenible del pujante y competitivo sector agropecuario.

Argentina debe dar una batalla cultural para romper con muchos males. Recuperar los valores de la familia, la nacionalidad, los valores republicanos y terminar con esa costumbre argentina, de ser tolerante con los corruptos. Es imperioso políticas hacia la infancia y la juventud. La lucha contra las adicciones, la violencia y la intolerancia, deben ser ejes de las grandes políticas públicas.

La educación debe adaptarse a los desafíos del siglo XXI. El país no puede estar en manos de eternos conflictos gremiales, acusadas desigualdades regionales, y elevadas tasas de deserción escolar. Las Universidades también precisan de una estrategia clara, trabajar codo a codo con el ámbito privado. Quienes ingresan a las universidades deben ser seleccionados por examen de ingreso.

Debe articularse una red que permita que estudiantes de áreas alejadas del país, tengan acceso a estudios superiores, sin necesidad de alejarse y venir a las grandes ciudades. Es preciso jerarquizar la carrera docente. La educación debe estar estrechamente vinculada con las necesidades del mercado laboral presente y futuro del país.

La salud es un tema pendiente, tenemos aún un millón de personas con Mal de Chagas. Símbolo de la pobreza estructural en el norte. Crecen las enfermedades de transmisión sexual. Hospitales que colapsan y según la provincia, varía la calidad de la prestación. Tenemos una población que envejece rápidamente y es preciso políticas activas para su calidad de vida. Las cifras de embarazo adolescente son alarmantes. El país debe articular políticas de prevención, mejoras sustanciales de la calidad de prestaciones tanto privados como públicos.

La salud es factor de fortaleza y poder de una Nación. La crisis del COVID 19 puso en evidencia la necesidad de contar con mayores recursos en materia de investigación, innovación, producción de insumos médicos, además de un sistema que es muy desigual, especialmente en localidades del interior, donde la calidad de las prestaciones varían en comparación con grandes ciudades.

La Argentina del siglo XXI, debe hacer frente no solo a problemas como el cambio climático, o a una economía global competitiva, donde existen nuevos actores de peso. El país es un gran vacío, que en un mundo cada vez más poblado, potencia el interés de otros actores. Es por ello que debe hablarse de regionalización, microrregiones, ordenamiento territorial y desarrollo sustentable. Las instituciones carcomidas por la corrupción deben ser saneadas. El país precisa una reforma constitucional que termine con un modelo donde cada dos años los gobiernos deben estar de campaña electoral. Terminar con las reelecciones indefinidas, que facilitan la existencia de dinastías políticas, que lo único que hacen es hacer daño a la democracia. Es hora de plantearnos sobre un modelo parlamentario, donde el Congreso, expresión de la voluntad popular y del consenso, tenga un mayor protagonismo en los debates de las grandes políticas públicas. La Justicia, es otro tema pendiente.

Es un poder detenido en el tiempo, con ritualismos y una cultura institucional que dificulta el cumplimiento de su labor. El “mundo digital” debe irrumpir con fuerza en las justicia de los Estado provinciales.

El país no puede seguir atrapado en el pasado, suspirando por tiempos lejanos o idealizando periodos históricos, que no fueron tales. La Argentina superada las luchas internas, el caudillismo, sentó las bases de instituciones duraderas, desarrolló una sólida infraestructura y apostó a la educación. El país se abrió al mundo. Aquella nación atrasada en 1860, sin fronteras fijas, con el 80% de analfabetos, en 1910, era la primera potencia de América latina.

El siglo XXI nos depara el mismo desafío que la Generación del 80, en el ya lejano siglo XIX. Rompamos con las ataduras del pasado, con las luchas sectarias y la mediocridad. Si la Argentina no está dispuesta librar esta lucha, el país está condenado desaparecer.

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