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Bitácora del purgatorio

Observé hombres llorando por su vida, mujeres rezando arrodilladas en los jardines, los baños se utilizaban sin distinción de sexo, luego no hubo agua.

El director del diario El Minuto en Perú, describe cómo fue vivir la pandemia en la ciudad más azotada de este país. Iquitos, capital de la provincia de Maynas en el departamento de Loreto -que a quincena de junio registró casi dos mil muertos- fue el escenario para Gary Ayala, personaje que promovió defensa humanista y de soberanía en África hasta llegar a la ONU.

Hoy, relata una dramática experiencia para América Latina y el mundo, además invoca debida atención para esta zona de rica biodiversidad.


Escribe: Gary Ayala Ochoa | Director del Diario el Minuto en Perú


Desde que se registró el ingreso del primer contagiado por el covid-19 al Perú -aquel 26 de febrero y anunciado el 6 de marzo por el presidente Martín Vizcarra- hasta el primer semestre de este año los escenarios nacionales y el mundial mutaron junto al virus con autoridades preocupadas por sus estrategias de Estado y más ciudadanos que tomaron como alternativa a Dios; con comités oficiales de crisis, a veces en crisis; con buenas voluntades presidenciales y además, con el fantasma de la corrupción.

El mes de junio albergó a la quinta prórroga del estado de cuarentena iniciada el 15 de marzo en el país blanquirrojo. Se experimentó una menor demanda por camas UCI, menos decesos y nuevas fórmulas farmacológicas de tratamiento. Si bien, hubo esfuerzos humanos con ciclos que la propia pandemia evidenció para su mejor tratamiento, las reaperturas de sectores socioeconómicos y productivos encierran aún débiles esperanzas.

Testimonio

Llegué en el último trimestre del año 2019 a Iquitos -capital de la provincia de Maynas y habitada por casi 600 mil personas- para desarrollar comunicación regional. Conocía el territorio, un lugar de riqueza natural rodeado por los ríos Amazonas, Itaya, Nanay y la laguna Moronacocha que la convierten en una isla con fenómenos climatológicos que dibujan paisajes de fábula, con exóticas expresiones culturales de pueblos originarios; con una composición social que exige presencia de antropólogos y sociólogos en las oficinas de comunicación, algo que inexplicablemente no se aplica y que allí hasta resulta extraño.

El anuncio de la cuarentena nacional o de aislamiento social: “Quédate en casa”, retumbó, pero no fue para todos; para nosotros el trabajo se convirtió en un real 24 X 7 que iba desde las madrugadoras llamadas recibidas para coberturar sucesos o reuniones, absolver demandas de periodistas locales y nacionales, o para coordinar recorridos oficiales y ediciones, hasta atender en la posterior madrugada la misma dinámica y más. Vivir solo, en una lejana región, con estrés y sin ningún pariente, trae vacíos afectivos y hasta de alimentación debida, un estado de baja inmunidad.

El primer infectado en Iquitos con el coronavirus fue reportado el 17 de marzo, con ello se sumó un nuevo enemigo regional además del dengue, la malaria y la leptospirosis.

La intensidad de la campaña mediática de prevención y cuidado frente a la pandemia, así como las continuas interacciones con autoridades políticas del Poder Ejecutivo llegadas a la ciudad, con las regionales, locales, Comando Covid y comunicadores, entre otros, enterró a la palabra “descanso”. Mientras, el número de infectados creció.

Los denodados esfuerzos de las autoridades regionales se vieron desbordados por la presencia de muchas personas en las calles, y además por la histórica imprevisión tanto nacional como internacional para recibir a un virus intruso y desconocido. Fue notoria también la ola de publicaciones politizadas que aprovechaban para arremeter contra las autoridades lo cual dificultaba la cohesión y consenso social de lucha contra la pandemia.

Las noticias llegadas desde Lima, las informaciones desde el exterior, incluso de otros continentes, junto a los posteos en fb locales, agendaron definitivamente al virus como el epicentro mental de las personas.

Un domingo de abril amanecí con un gran dolor de espalda, asistí a dos clínicas, estaban cerradas, acudí al Hospital Iquitos y me diagnosticaron inflamación pasajera. Tres días después, volví a sentir casi lo mismo, pero con un agotamiento casi desvaneciente, hablé al paso con un médico quien me indicó tomar cloroquina por una semana.

Las noches se tornaron tenebrosas en la soledad. El número local de muertos crecía.

Los días se tornaron grises como las mañanas de lluvia torrencial que impedían caminar por las calles, no faltaban vientos huracanados que arrancaban techos en algunos barrios. Médicos, enfermeras, policías y empleados se registraban como infectados.

Mis seres queridos me llamaban desde Lima, les respondía que estaba bien para no preocuparlos, me decían que veían terribles noticias sobre Iquitos, con muchos infectados y muertos, con carencias de medicinas y de equipos.

Pandemia en la ciudad más azotada de este país. Iquitos, capital de la provincia de Maynas en el departamento de Loreto.


Me sentí mal de no cobijarme en aquellos cariños relatándoles todo; pero proseguí con mi trabajo de jefe de equipo, solo tenía una comida al día -el almuerzo- pues antes recurría a restaurantes, ahora cerrados.

Opté por un análisis de sangre: solo un poco de glucosa subida, igual sentí la pérdida de vitalidad, nunca afiebré, ni tuve dolor de cabeza, ni vómito, solo el fatal decaimiento.

En la tercera semana de abril consulté a una médico, vio mi análisis y me indicó internarme por precaución debido a la glucosa; me apenó pues había mucho trabajo, pero accedí, sin fuerzas. Fui trasladado a un local eclesial adaptado como centro prehospitalario.

Allí, había una amplia sala con decenas de personas sobre colchonetas, dormitorios con camarotes y habitaciones más pequeñas, me tocó una individual pero la cama solo tenía colchón: “¿No dan sábanas?”, “No”, me respondieron.

Hospital Regional de Loreto.


Los días eran interminables y dramáticos, recibiamos de noche y de mañana una pastilla previa cola de 45 minutos a cielo abierto. Observé hombres llorando por su vida, mujeres rezando arrodilladas en los jardines, los baños se utilizaban sin distinción de sexo, luego no hubo agua. El personal de salud -con valorable entrega- evidenciaba su nerviosismo al hablar, temían contagiarse.

Un médico me recetó medicamentos no contemplados, pensé en comprarlos en una farmacia: “No señor, llame a sus hijos o hermanos para que se los traigan”; “Pero no tengo a nadie en esta ciudad” -respondí- al instante comprendí su silencio, estaba solo.

En aquel contexto, me enteré del fallecimiento de compañeros de trabajo, seres con quienes coordinaba labores, me impacté y pensé que fallecieron cerca de sus parientes; en mi caso, una incineración me habría borrado del todo, sin noción para mi familia.

En aquel yacer imaginaba estar muy lejos de allí, en mi hogar, con mis hijos y compañera, mi jardín y mi perro; en mi delirio soñé cuando paseaba por las calles de Cusco, entre la nieve argentina, por el metro en Nueva York… deseos inconscientes por salir de esa tormenta.

Una tarde en aquel centro, ingresé a una vereda restringida, un personal me identificó: “Gary, ¡qué haces aquí!” la reconocí, le dije que me trajeron por la glucosa (nunca me la atendieron), me chequeó y me dijo que no debía permanecer en dicha sede (¡!), llamó a la médico de guardia la cual me evaluó y dio de alta. Llegué a mi habitación y sentí una rara sanación. Medité en tinieblas y me pregunté: ¿Cuánto de esto es mental?

Recibí indicación de reposo, alimentación y de evitar información perniciosa, los días venideros fueron de reencuentro personal, total comunicación familiar y de revisión de proyectos pendientes en Lima. Pasé una prueba rápida y salió positivo, dudé, el mismo día pasé una prueba molecular, salió negativo y lo recepcioné en la web INS.

Había un ciclo de trabajo, hora de volar a casa. En el aeropuerto, la counter me dijo que no hallaba mi nombre en la relación protocolar, los demás pasaron, reclamé y detectó mi DNI con apellidos mal escritos.

Al aterrizar en Lima, asumí que las pruebas superadas extienden el camino a nuevos retos. Mi homenaje a quienes padecieron y partieron por esta pandemia en la región amazónica, a quienes la superaron, a todos, en todo lugar.

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