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Buen Lazarillo y Ciudadano, La Sociedad Perfecta

El Minuto | Lázaro Gonzáles López, un niño de ocho años de edad, heredó de su fallecido padre una gran pobreza. Su madre se casó nuevamente para sobrevivir, aun así, dejó a su hijo al servicio de otras personas para que aprenda un oficio, para que gane su alimento y un espacio en la sociedad. El infante, lleno de inocencia, navegó por un océano social tempestuoso y logró triunfar con el aprendizaje “moral” de su sistema. Patético.

Escribe: Carlo Andre Ayala, corresponsal de El Minuto, Perú 

En pleno siglo XXI, resulta válido recordar a Lázaro en aquella novela ambientada en la mitad del siglo XVI (aparecida en 1554). Según el texto, el personaje nació en el río Tormes, aldea de Tejares, Salamanca, cuando España obtenía riqueza del continente al que llegó Colón, pero tenía una población peninsular en la carencia. “El Lazarillo de Tormes” de autor anónimo, fundó el género picaresco, exhibió los vicios de su época y fue vetado por la iglesia. ¿Cuánto de su enfoque moralista tiene actualidad en la sociedad de hoy?

“Hijo, ya sé que no te veré más. Procura ser bueno, y Dios te guíe. Criado te he y con buen amo te he puesto. Válete por ti.” El niño fue entregado a un ciego adivinador para tener comida, éste era avaro, lo tenía de sed y hambre, y le pegaba a palos. Lázaro, aprendió a robarle migas y bebida, lo abandonó, mendigó y sirvió luego a un clérigo en quien pensó hallar bondad. “Escapé del trueno y di en el relámpago”, dijo. Más hambre y humillación sufrió, por ello, fue despedido al ser descubierto que hurtaba pan.

El púber, viajó a otra ciudad y se cobijó con un noble y elegante escudero a quien descubrió su miseria y su vivir de la apariencia, entonces debió conseguir comida también para él. Nada le hizo presagiarlo, pues, cuando conoció al extraño éste le dijo: “Dios te ha hecho merced en topar conmigo. Alguna buena oración rezaste hoy”. El nuevo amo fue echado más tarde de la casa, pues, no pagaba el alquiler, así abandonó a Lázaro. Gente piadosa le consiguió otro trabajo como ayudante de un fraile, pero éste a su vez caminaba mucho y Lázaro se cansaba hasta que rompió sus zapatos. Así, buscó otro oficio.

Se acogió después con un funcionario de la iglesia que vendía bulas (títulos que acreditaban expurgación de pecados), pero descubrió que aquel era estafador y desertó. “¡Cuántas destas deben hacer estos burladores entre la inocente gente!”, exclamó. Luego, fue asistente de un pintor de panderos (tamborcillos) pero no vio futuro y lo abandonó. Se puso entonces al servicio de un capellán quien le entregó un asno y cántaros con agua para venderlos. Las ventas fueron buenas y Lázaro se quedó cuatro años, ahorró, se compró ropa y una espada, aprendió a ser comerciante y disfrutó su trabajo.

Ya joven, trabajó con un alguacil, pero por defender la ley casi lo matan y renunció. Posteriormente, se convirtió en comunicador de la ciudad (pregonero), el administrador de la iglesia (arcipreste) -quien tenía una rara relación con su criada- se la ofrece para matrimonio. Lázaro la desposa, no obstante, el religioso prosiguió con ella.

Lázaro, recibió trigo del sacerdote, carne en las Pascuas, calzado, hasta morada, incluso, era invitado a comer los domingos y fiestas a la casa del sacro padrino. Agradeció a Dios por su suerte, pues, ganó una buena posición socioeconómica y relaciones sociales. Algunas personas le advirtieron sobre los afectos de su esposa con el arcipreste, pero él los encaró y les dijo que la amaba, que le tenía confianza y que ella podía salir a todo lugar y retornar a cualquier hora. Anunció por concluido el tema y se dispuso a vivir feliz. 

El mensaje de la obra es que el honor original no le sirvió a Lázaro para sobrevivir, aprendió del deshonor, la mentira, la hipocresía, el oportunismo y del robo para tener comida y patrimonio propio, también un hogar, un espacio social y el don de colocar su nombre entre la “gente de bien”.

La narración encarna en una persona de pueblo la absorción de los antivalores hallados en su camino y cómo los manifiesta luego en imagen de éxito y de prestigio moral. La virtud, según la novela, es superada por la perversidad y la reputación es construida con pura hipocresía. Además, caracteriza a los representantes de la iglesia de ese entonces como exponentes de la villanía humana y degradación del amor cristiano que pregonaban.

Sociedad Actual 

 

La enseñanza de Lazarillo proyecta una atrevida explicación sobre el éxito y prestigio logrados actualmente por muchas personas en la sociedad global. No importa la forma cómo se logre un status, lo importante es el pedestal social y la solvencia.

Si bien el sector político es uno de los más expuestos y visibles mediáticamente con carga de insolvencia moral, la experiencia social refleja la existencia de personas de todos los ámbitos cuyas trayectorias personales podrían ser argumento de nuevas novelas de intriga, traición y de ascenso a través del pisoteo sobre otros individuos, o vía la utilización de métodos ajenos a la moral.

Si bien, en toda sociedad existen personajes, líderes y referentes emblemáticos, no se conocen necesariamente los episodios existenciales que marcaron sus aparentes éxitos. La obra no busca desacreditar el devenir progresista de las personas, sino resaltar que los valores originales deberían ser los componentes sostenidos durante la interacción social, sin mutarlos por aquellas vergüenzas que esconden seres despreciables y falsos.

En la novela, no se fija tan solo el caudal de moralidad degradante en los andares de Lazarillo, también se contempla la actitud de personas, autoridades, religiosos y nobles que ya tienen una posición socioeconómica y una investidura que conservar. Se observa un sistema que induce al personaje central hacia la adopción de valores ajenos a su naturaleza y que son tomados como parte de su escuela vivencial.

La enseñanza final explica cómo la suma de antivalores puede producir un ciudadano “respetable”. La ironía se convierte, entonces, en la máxima expresión de una sociedad.

Las relaciones de la autoridad con el subordinado, del trabajador con su jefe, los vínculos familiares, la interacción social y las reglas de fe, podrían estar sostenidas en proverbios de cartel público pero no de la verdadera dignidad de la persona. ¿Es, esa la sociedad perfecta?

¿Quien no ostenta riqueza es un fracasado por no cumplir con las reglas existenciales que sí cumplió, Lazarillo? O, el verdadero hombre exitoso es quien impuso una vida principista alineada con la honestidad y disfruta su hacienda en paz sin importar cuantías.

Construir un paraíso de castos en la ciudad sería ilusorio, pero conducirse con decencia como estilo de vida, en todo actuar social, puede brindar la cuota que cada ciudadano podría aportar para construir una mejor sociedad.

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