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Cerca o lejos de una nueva normalidad

Todo se identifica con la duda y con un tipo de vida que carece de significado y dirección. Surgen así poderosas tendencias que llevan a buscar nuevos refugios en la sumisión o alguna especie de relación con el hombre y el mundo

Todo se identifica con la duda y con un tipo de vida que carece de significado y dirección. Surgen así poderosas tendencias que llevan a buscar nuevos refugios en la sumisión o alguna especie de relación con el hombre y el mundo que prometa aliviar la incertidumbre, aun cuando prive al hombre de cierta libertad.


Por: Daniel Defant | Corresponsal del Diario el Minuto de Argentina


Alguien podrá exhibir un atuendo de este diagnóstico en las últimas manifestaciones de la clase media argentina marchando en silencio o haciendo batir las cacerolas como señal de hartazgo.

Un país identificado únicamente con su bandera celeste y blanca que colma plazas y lugares públicos, es un paliativo valido para una tendencia mucho más profunda en otros sectores sociales.

Es la fiebre buscando dominar a la bacteria o al virus trasmitido en el ADN de muchas generaciones que rifaban su derecho a la libertad en manos de minorías mesiánicas y relacionaban cuando los efectos de la entrega eran devastadores.

Un ejemplo externo a nuestra sociedad, pero cada vez más próximos en sus similitudes, que puede aplicar perfectamente a lo descripto por Fromm es, contemporáneamente, Venezuela.

Aunque es de Perogrullo decir que el chavismo lo invento y ejecuto Hugo Chávez, en realidad sus creadores y facilitadores fueron los que cimentaron un proceso de desolación y marginalidad social de tal magnitud que condeno a millones de personas casi a la inexistencia.

Un corrupto bipartidismo previo de larga data fue tapizando las laderas circundantes a Caracas con seres humanos que difícilmente podían aspirar a la categoría de ciudadanos ya que ni siquiera contaban con documentos oficiales de identidad.

Esa es la fotografía de la capital rodeada de marginalidad creciente formando anillos lastimosos alrededor de opulentos edificios fue descripta crudamente por un poeta cordobés: “Caracas es un diamante en la mano de un leproso”

Tenemos la fotografía, es lo que necesitamos saber: donde estamos parados políticamente en los umbrales de una pandemia internacional en países democráticos de América Latina.

Buscamos las respuestas a diversos interrogantes como el saber si estamos cerca o lejos de la nueva normalidad.

¿Si queda todavía algún margen para la libertad?

Esa pregunta simple y sin dobleces contiene a la vez profundidades y resonancias que en nuestro continente debería ser obligatoria la respuesta para cualquier político, intelectual o economista que pretenda hablar o convencer en nombre de sus valores, su tradición o sus reales beneficios.

Es también un interrogante fatal para embusteros y usurpadores de insignias liberales. Porque de ellas se sirvieron para los fines más diversos los latrocinios más condenables y los fracasos más estentóreos.

Antes de abrazar a la causa de la libertad aprendí que una de sus mayores ventajas y desafíos era vivir sin la necesidad de “dogmas” que operen como celdas del pensamiento crítico y reduzcan la experiencia a un puñado de sentencias.

Me enseñaron que uno de los peores errores de “los grandes relatos” de la modernidad fue dar por terminada la narración, pretender un historicismo cerrado, conocer el final de todas las historias. Reducir el futuro a una profecía lógica que adviene el rumbo de las acciones humanas. Ya lo había marcado Karl Popper en: “La miseria del historicismo”: “el futuro no puede ser más que incierto porque se abre a los mil caminos de la libertad”.

En tiempos recientes, previos a esta depresión, pero posteriores al derrumbe del comunismo, hubo tibios esfuerzos de algunos liberales para diferenciarse y rehuir del endiosamiento del mercado, el consumo sin freno y la multiplicación de la riqueza como un oráculo que otorga todas las respuestas (neoliberalismo).

Ese puñado de intelectuales procuraba salvar un concepto más amplio que echaba raíces en los orígenes europeos de los liberales y contemplaba la igualdad de oportunidades y la responsabilidad social como condiciones previas a la competencia.

Es decir, una ética elemental que rija los intercambios. Esa idea junto a otras enriquecedoras dominó, por ejemplo, a los Padres fundadores de Estados Unidos de América y sirvieron de guía y contención para recibir a millones de inmigrantes dispuestos a competir, progresar y esforzarse desde un punto de partida común bajo el amparo de una moral puritana.

Lamentablemente, esos presupuestos quedaron añejos y utópicos frente a la sociedad posmoderna globalizada en la que el capital adquirió una velocidad ilimitada de expansión frente a los estados nacionales rígidos y empequeñecidos.

El capitalismo financiero exacerbado opero como una droga adictiva para los nuevos capitanes de la industria y de los servicios. Obligo a cambiar el concepto y el valor del trabajo y de la producción inyectando posibilidades reales y virtuales en todos los rincones de la actividad económica.

Fue alucinógeno para multimillonarios que lograban fortunas de la noche a la mañana solo con apretar un par de teclas de sus ordenadores para mudar sus inversiones de fondo en fondo, unos más limpios, otros más sucios, y todo bajo el amparo del comodín de los paraísos fiscales.

Y mientras era éxtasis para los “creativos” de Wall Street era también opio y morfina para disimular los males estructurales (pobreza, contaminación, dictaduras, populismos de derecha e izquierda).

Todo de la mano del implacable Fondo Monetario Internacional, los estados eran tentados a tomar créditos blandos a costa de entregar desnudas y desprotegidas sus economías a los brazos de la ola privatizadora – redentora de aquellos capitales tan seductores como volátiles.

Ese fue el momento en que el liberalismo económico se convirtió en dogma de fe. Con los enemigos ideológicos sepultados en los escombros del Muro de Berlín, hinchado de soberbia y codicia, convirtió a sus adoradores en miembros de una secta fundamentalista con millones de miembros activos llamados “clientes”.

Hasta el concepto de ciudadano fue reemplazado por el más elocuente de “consumidores”. Y en ese camino se escribió el capítulo de la historia en la que millones de norteamericanos y europeos, de la mano de sus políticos festivos, ingresaron en el “endeudamiento perpetuo” que permitiría realizar todos los sueños y placeres concebibles de este mundo con préstamos de hasta el 120% del bien requerido.

Al igual que sucedió con los fracasados intentos del proceso planificador vertical, desde arriba, en la extinta economía soviética, era imposible que los Bancos Centrales (verdaderos órganos de manipulación y planificación central financiera) y que no son entes tecnológicos, sino que son conducidos por personas, fueran capaces de acertar en la política monetaria más conveniente para cada momento, incurriendo en la arrogancia de creerse omniscientes, sabios, todopoderosos capaces de ajustar y otorgar en cada momento la política monetaria más conveniente (fine tuning).

El teorema de la imposibilidad económica del Socialismo (Ludwig von Mises y Friedrich A. Hayek) expresa que es imposible organizar económicamente la sociedad en base a mandatos coactivos emanados de un órgano de planificación, dado a que nunca puede llegar a hacerse con la información que necesita para dar un contenido coordinador a sus mandatos.

Esto es plenamente aplicable a los Bancos Centrales en general y a la FED en particular. Es decir, los Bancos Centrales, sus Gobernadores, creyeron (¿creen?) tener mejor información que la de millones de personas.

La sacralización del dogma estuvo a cargo de un ejército de economistas formados en la ortodoxia “neoliberalista” que operaron como sacerdotes y cruzados (gurúes del mental) que demolían con una lógica impecable cualquier intento por cuestionar los pilares de la fe o del destino manifiesto de la aldea global convertida en un gigantesco mercado.

Esa creación todo poderosa no reparo en límites geográficos, ni organizaciones políticas ni cuestiones culturales. Y millones repetimos como clones programados: El mercado todo lo ve, todo lo homologa y hasta lo distribuye sabiamente con su mano invisible y tentacular.

Y bien, aquí nos encontramos. Atajando el derrumbe, desorientados por su magnitud, confundidos por su complejidad, y asombrados de la liviandad expresada por aquellos sacerdotes del dogma que hoy reparten pronósticos de hecatombe y malos augurios como si nada hubieran tenido que ver con la adoración pagana al becerro de oro del siglo XXI.

Siempre he amado la libertad, y desde niño fui lanzado a cultivar esta idea; pero junto a ella, en la misma magnitud, me adosaron el contrapeso de “la responsabilidad de los actos propios” como condición excluyente para gozar de la primera.

De adulto comprendí que ninguna puede prosperar sin el terreno fértil que otorga la justicia. Que en la práctica se traduce en un sistema de normas comunes que a todos nos alcanzan por igual con su brazo insobornable si se violentan las reglas.

Esto es la cuestión final: Frente al engaño, el desfalco, la argucia maliciosa y la complicidad para sostener un sistema financiero virtual y autosuficiente, que se ergio como un Dios desbordante de ganancias.

¿Cuántos y quienes responderán por la responsabilidad de los actos propios?

Quede claro que no hablo de la cárcel para algunos yuppies ni de un puñado de chivos expiatorios para tranquilidad de la aldea global.

Me pregunto más bien en cuantos niveles operara la reflexión sincera, el arrepentimiento real y el coraje intelectual para romper la cárcel del dogma y abrir un debate limpio sobre la reconstrucción de las ruinas.

“El mundo necesita una vez más el crédito” volver a ser creíbles en aquello que destruyo la explosión de la desconfianza de millones de clientes o consumidores asustados, y más que esto también se necesita con urgencia de bancos saneados con la basura debajo de la alfombra.

La burbuja financiera, que no es otra cosa que una exuberancia irracional de tasas de rentabilidad en los proyectos y sensación de riquezas de las familias que convalidaron precios irracionales, ha hecho y afecta negativamente a la economía real, el propio proceso de toma de decisiones, proceso que se manifiesta en forma de una recesión económica en la que se inicia el doloroso y necesario reajuste, retorno a la realidad luego de un proceso de riqueza ilusoria, que siempre exige la readaptación de toda la estructura productiva real que se ha visto distorsionada por la inflación.

En la actualidad estos detonantes no solo que no se han corregido, ni solucionado, sino que se han “empaquetado y ocultado” y están allí latentes nuevamente, solo con un contexto y circunstancias muy diferentes.

Tenemos que saber que hoy los Bancos Centrales ya no cuentan con el mismo margen de maniobra ni de herramientas para actuar ante posibles eventualidades.

Hay solo por hoy reflejos políticos tardíos, en que algunos líderes se rasgan las vestiduras hablando de la necesidad de un “capitalismo más humano”, y hasta de “mercados más humanos”; cuando hasta ayer aplaudían y se beneficiaban con el descalabro financiero que hacía realidad el sueño de todo demagogo: dar (créditos, beneficios, prebendas) para acumular capital electoral sin medir causa y menos consecuencias de la artificialidad de la que eran corresponsables.

El acto de contrición sirve para comenzar. Pero también cabe preguntarse si en verdad abordaran el debate profundo de la lección resultante o solo aplicaran cosmética regulatoria hasta que las aguas se calmen.

Resta saber aun si retornaran a las fuentes de la libertad económica con responsabilidad social o solo vigilaran más de cerca a los chicos malos cuidando que ganen menos.

Este es el gran plateo ante esta ola de malestar global que recorre el mundo, el que se podría resumir a golpe de vista en las fotos de muchedumbres lanzadas a llenar plazas de distintas ciudades de los cinco continentes, congregadas a través de la efectividad de las redes sociales y en una especie de espasmo celebratorio común, aun cuando muchos no saben a ciencia cierta de que se trata y menos comprender esta indignación a escala planetaria en busca de una nueva normalidad en donde aún no sabemos si estamos cerca o lejos de encontrarla más allá de toda vacuna para no confundir patologías y equivocar el remedio contra la enfermedad.

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