España: El Sáhara y un diplomático jubilado

Como vengo reiterando, si hay una ley tal vez no matemática pero desde luego que sí diplomática en el campo de los contenciosos.
Como vengo reiterando, si hay una ley tal vez no matemática pero desde luego que sí diplomática en el campo de los contenciosos, el tema clásico, trascendente, recurrente e irresuelto aunque no irresoluble, radicaría en que hasta que España.
Por: Ángel Manuel Ballesteros García.| Corresponsal del Diario el Minuto en España
Primera potencia mundial que fue y está en la historia, así como cofundadora del derecho internacional quizá al mejor título, la introducción del humanismo en el derecho de gentes, no solvente o encauce adecuadamente su en verdad harto complicado expediente de litigios territoriales, no normalizará en grado suficiente, como corresponde, su situación en el concierto de las naciones.
Filosofía y técnica diplomáticas parecen erigirse así en una diarquía insoslayable en el quehacer exterior español, nucleado en el juego principios e intereses por el vector supremo de su responsabilidad histórica.
I) Desde que hace más de cuarenta años fui el primer y único diplomático que tuvo del honor de ocuparse en el Sáhara de los compatriotas que allí quedaron tras la salida de España, a los que censé, 335, con Robles Piquer interesándose desde Santa Cruz por “el valeroso Ballesteros” y sin más protestas, cierto que sotto voce, que las del cónsul marroquí en Las Palmas, no demasiado entusiasmado con mis visitas al territorio, más alguna información que en forma anónima me hacía llegar nuestro CESID, podría en alguna forma decirse que a partir de una década después y a través de numerosas páginas, publicaciones, más de una de referencia, artículos, conferencias, vengo tratando, primero los contenciosos y con posterioridad los diferendos, es decir, nuestras seis disputas internacionales, según clasificación propia, no discutida: los tres contenciosos, Gibraltar, el Sáhara, y Ceuta y Melilla, y los tres diferendos, Olivenza, Las Salvajes y Perejil.
Y en esa línea hace tiempo que he pedido, desde mi reconocida competencia némine discrepante, la creación de una oficina para su debido tratamiento conjunto y coordinado, al estar los tres grandes íntimamente relacionados en una madeja sin cuenda: se tira del hilo de uno y automática, inevitablemente surgen los otros dos.
Sólo una vez, con Moratinos, el titular de Santa Cruz que ha tenido mayor dedicación a los contenciosos, se estuvo cerca de ponerla en marcha: “la haremos cuando yo sea ministro”, me dijo cuando era director general para Africa.
En el 2011, el Instituto de Estudios Ceutíes, en primera línea de nuestras controversias territoriales, pidió públicamente, en prensa, que se me asignara a ellos, “ante el déficit diplomático que en general venían presentando”.
Y el pasado año, en La Carta de los 43, número simbólico referido a los años de conflicto saharaui, 43 conocedores del contencioso, pertenecientes a la diplomacia, a la universidad, hasta un ex JEMAD, me apoyaron ante el gobierno para que se me nombrara a fin de coadyuvar con el mediador de Naciones Unidas y para que España tuviera mayor implicación y visibilidad.
Pertrechado con esos aprestos singulares, con esas credenciales si se prefiere, y dada la aparición de neotéricas variables en tan hipersensible zona, desde la delimitación de aguas hasta el descubrimiento de ricos minerales y con una segunda, tras la del 2006, casi desequilibrante crisis de cayucos, “cuidemos las Canarias y los canarios los primeros”, reiteraba yo, más los incidentes fronterizos en el paso del Guerguerat, menores pero preocupantes en cuanto rompían el statu quo, el modus vivendi existente desde el alto el fuego del 91, me permití recordar mi modesta existencia de reconocido tratadista.
De paso, respecto de mi consabida condición de jubilado ¿por qué no tenemos eméritos, como otras corporaciones con no mayor atingencia al menos prima facie al interés del Estado? podría entender yo y argumentaría al efecto pero no lo hice y por eso lo digo ahora, que dada la envergadura política del asunto y en aras de su mayor neutralidad administrativa, tal vez facilitara mi inclusión/designación, en la que me he propuesto hasta ad honorem.
Pero cá! La subsecretaria, que venía de cónsul general en Rabat y el Instituto de Estudios Ceutíes acababa de editar una obra mía sobre nuestra acción consular en el vecino y añorado país, aunque me recibió al día siguiente de mi petición, acompañada por el director general del Servicio Exterior, es decir rápida e inmerecidamente por todo lo alto, tras precisarme que no se contemplaba el nombramiento de un embajador en misión especial para los contenciosos como yo pedía, a las primeras fintas, inhabitualmente torpes por mi parte con el incómodo bozal que acentuaba mi marcada sordera, esgrimió mi situación de jubilado, que en el tema que aquí viene al caso ya que planteé dos (en el otro, con la idéntica cantinela de ya no estar en activo me dio una respuesta reglamentaria cuando yo lo que solicitaba y sigo solicitando, en atención a diversos hechos especiales y notorios y hasta alguno singular como el mismo Sáhara, en mi haber profesional, es una actuación discrecional de la/el titular de Santa Cruz y en un caso con un precedente además, aunque innecesario en base al carácter discrecional) “hace difícil cualquier tipo de nombramiento oficial y que acudirán a mi experiencia en caso de que alguno de los contenciosos que tu conoces tan bien lo requiera”, según me trascribió el recordado ministro Moratinos, a quien cuando hay administración socialista claro, me honro en acudir, y que tuvo la amabilidad de llamar desde Nueva York, donde funge con su habitual solidez como presidente de la Alianza de Civilizaciones.
Esto fue el pasado mes de noviembre. Pues bien, este día diez de diciembre, a hora inhabitualmente temprana, yo envié un mail directo a la ministra, ausente en Ramala, con copia a la subsecretaria, reiterando mis peticiones.
Sólo tres horas después, a las once, la activa subsecretaria añadía a su negativa que “en su caso se nombraría a funcionario en activo”. Sin embargo y si se me permite por mor de la especialización y consiguiente eficacia, se me antoja que no parecería fácil encontrar entre los muchos distinguidos funcionarios de Exteriores cuya capacidad, entrega y siempre vocación modélica he contado y cantado como Foxá, sublime en su “con la brújula loca pero fija la fe”, tal vez la mejor, la más sentida descripción de la carrera diplomática, a alguien como yo en los contenciosos, con las particulares competencia y dedicación de tan larga data, reconocidas dentro y fuera de España.
Veamos, como elocuente índice, el problema más delicado de nuestra política exterior, Ceuta y Melilla. Tanto lo he tratado que los que más saben de la cuestión porque la viven, la sufren en directo, me eligieron, va de sí que el único diplomático, ya hace tiempo, miembro correspondiente del Instituto de Estudios Ceutíes.
En cualquier caso, de lo que se trata es de que el Estado aproveche ya mi particular preparación aunque sea como asesor, un contratado más de los tantos en la hipertrofiada administración nacionalautonomista. Cierto que yo que soy alférez de la Milicia Aérea Universitaria, cuyas prácticas las hice justamente en las queridas Canarias, quedaría tocado de ala, pero qué le vamos a hacer. Lo importante es poder contribuir al interés nacional, y al comunitario internacional por supuesto, que es lo que me ha impulsado en la carrera, donde
he cumplido todas las categorías, desde secretario de embajada a embajador, en más de una ocasión en puestos no fáciles. Y a veces con mi “reconocida competencia en esa y en otras zonas calientes”, como al tiempo de argumentar que no apoyaba la Carta de los 43 para el Sáhara “con el tema centralizado en Naciones Unidas y un nuevo actor no parece indicado”, me escribía el secretario de Estado Juan Pablo de Laiglesia, sin duda uno de nuestros diplomáticos más capaces (y preterido por la administración anterior).
II) El mismo día diez, aproximadamente sobre la hora de mi escrito con respuesta a Exteriores, y entramos en el fondo del asunto, el presidente cesante Trump anunciaba que Estados Unidos reconocía la soberanía marroquí sobre el Sáhara. La noticia estallaba en el escenario saharaui y aledaños, a escala planetaria.
La ministra, desde Ramala, declaraba: “digamos que esto no nos ha pillado por sorpresa”, al tiempo de precisar que “el tema sólo se resuelve de acuerdo con las resoluciones de Naciones Unidas”, al igual que en Madrid manifestaban el delegado Polisario y en Naciones Unidas su colega el representante de la RASD: “este reconocimiento no cambia la situación del territorio que hay que solucionar según Naciones Unidas”.
En España la noticia destacaba entre las informaciones, junto con el aplazamiento a febrero, citando razones de pandemia, de la cumbre prevista para la próxima semana. La conservadora El Toro TV, que cuenta con historiadores ejercientes en el día a día, como Paz Dice, titulaba “inmenso ridículo de nuestra política exterior…España a verlas venir”.
Blogueros de El Confidencial, MAMMAGD, escribían: “Un estado respetado y serio, hubiera cuando menos sido consultado en este juego de cromos. Sánchez se ha enterado por la prensa”; Blas Vega Fernández, “nos deja en una situación muy delicada. Hagamos lo que hagamos vamos a quedar como unos pringados”.
Por su parte, el periodista Víctor Arribas, escribía en Atalayar, “España, con el pie cambiado en el Sáhara”. Y mientras Ignacio Cembrero sintetizaba que el movimiento norteamericano mete presión a España y a Francia, aunque en diferente grado claro, a mí, qué quieren que les diga, me resultó casi inevitable pensar que si hace un mes y no digamos antes, se me hubiera nombrado, quién sabe si España no tendría mayor presencia y visibilidad, con la consecuente deriva.
III) “A lo práctico“, como dice en buen judío Pepe Edery, tantos años médico de nuestra embajada en Rabat y luego y más de Asuntos Exteriores. Con Naciones Unidas de nuevo en fuera de juego, incapaz de incluir los derechos humanos en la misión de la Minurso y con cerca de un año sin nombrar enviado para la zona; con la UA en su papel más bien testimonial; conocidas las posiciones y la consiguiente dialéctica del Grupo de Amigos, en el que Madrid ha anunciado que insiste para que el SG ONU designe ya a su mediador, el inopinado reconocimiento USA, más la apertura de una quincena de consulados en El Aaiun y Dajla, el último ahora mismo, el de Emiratos Arabes Unidos, faculta para sostener, lo que resulta muy visible por lo demás, que Rabat ha avanzado de manera considerable en el tablero diplomático, lo que le permitirá seguir haciendo oídos sordos a los llamamientos onusianos con todavía mayor desdén.
Si al triunfo diplomático se une la victoria militar de las fuerzas marroquíes crecientemente mejor armadas, en un enfrentamiento que no parece tener ya salida bélica, frente a lo que los polisarios lanzan las proclamas de un pueblo que lucha nada menos que por su independencia, es una “guerra de liberación”, quizá hasta por su entidad, pero en el que resulta difícil encontrar analistas estratégicos que les avalen; que la posición diplomática de la RASD, con
ochenta países que la reconocen, pero con insuficiente relieve ante los apoyos alauitas, amén del debilitado sostén de su principal valedor, Argel, y difuminado un tanto el juego bipolar USA/Francia y Rusia/China en el caso concreto del Sáhara, tras el movimiento quasi magistral de Washington, con el simultáneo y verdadero quid de la cuestión de la moneda de cambio del reconocimiento de Israel por Marruecos, parece inobjetable concluir, sin necesidad de ulteriores consideraciones por evidentes, que el blessing de la Casa Blanca, termina de desequilibrar la contienda en términos de realpolitik, que en cuanto clave mayor resulta el desenlace preconizable para el conflicto, en el que constituye otra obviedad que el mantenimiento del statu quo, en base al principio de efectividad, refuerza a Rabat, más incisivo todavía con el Movimiento para la Paz, que ha creado en el territorio, mantenedor de sus tesis cara a los saharauis cuyo coste vivencial tras casi media centuria en el destierro, prosigue acentuándose, agravándose, dramáticamente.
A la búsqueda de una salida, obligada y más luego de media centuria de extravío, diríase oportuno ponderar con la debida pulcritud intelectual la cotización real de algunas de las variables que condicionan el juego diplomático en el hipersensible triángulo del Magreb, Canarias y Gibraltar, y que de la mano de la realpolitik en cuanto imperfecta ciertamente pero superadora operativa de ciertas insuficiencias del derecho internacional y de algunas servidumbres de la política exterior, conducirían en el Sáhara a un doble punto.
Primero, que la partida se juega ya exclusivamente entre la RASD con las negras y Marruecos, con la iniciativa que proporcionan las blancas, en la que la atribución de las piezas viene dada por la fortaleza y la posición de marroquíes y saharauis. Y segundo, que la realización del referéndum, hipnótica condición desbloqueadora, ha de dejar paso al más importante por resolutivo acuerdo entre las partes.
Situados en este jalón del intrincado iter, un auténtico dédalo, la RASD, ganadora ante las instancias judiciales del TIJ y europeas, que han obligado a modificar acuerdos de la UE atentatorios contra la soberanía saharaui en el territorio, con sus riquezas naturales, pero que a pesar de luchar bravamente ha sido derrotada de forma concluyente en la guerra desigual, desequilibrada militarmente, del desierto, con el coste que hasta a título convencional conlleva, ya se ha recordado que México perdió la mitad de su territorio a manos precisamente de los norteamericanos, debería de mostrarse pragmática aunque firme en sus aspiraciones, lo que en principio excluiría la opción ofrecida por Rabat de una amplia autonomía, por potencialmente erosionadora de su identidad a plazo indeterminado, “una nación desaparece en el desierto”, quién puede saberlo.
Por su parte Palacio, que en el pronóstico fundado no va a dar su brazo a torcer, porque implicaría un golpe de Estado, esta vez definitivo contra el trono, y que ha ganado la guerra y va ganando la paz, el movimiento de Washington, cuyo ideólogo es un aventajado discípulo de Metternich o quizá mejor en este caso de Talleyrand, resultando de una enorme trascendencia con todo lo que comporta, no puede proseguir en el horizonte contemplable con su inocultable, heterodoxa hipoteca de país proclive al anexionismo y no demasiado respetuoso de la legalidad internacional, sin que a su hábil y eficiente diplomacia “se les demude la color”.
Naturalmente que existen más argumentos, pero exceden del margen de este artículo y que correspondería poner sobre la mesa a los negociadores, de la misma manera que, como propugno invariablemente en los asuntos trascendentes con el vecino del sur, siempre se dispone en Madrid de la instancia de la diplomacia regia, instrumento excepcional y subsidiario antes que complementario de la acción del gobierno, con el que a título casi singular cuenta y ha ejercido España.
El resultado emerge diáfano: sería (aunque existe otra interpretación para el apotegma del, como siempre enfatizo, gran dosificador de los tiempos con España, la de “la amplia autonomía dentro del Reino”) el “ni vencedores ni vencidos”, que desde su indiscutible sagesse habría formulado Hassan II en la única entrevista entre el monarca, cordialmente despectivo, y los guerrilleros, sumisamente altivos, bajo los palmerales de Marrakech cantados por los poetas.
Y esa salida quizá mejor que solución aunque asimismo próxima a lo salomónico, vertebrada quiero creer por gentes realistas de buena voluntad angustiadas ante el interminable drama, es una de las cuatro que se propusieron en el 2002 por Kofi Annan, aunque después se abandonó. Es la partición.