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Generación del Bicentenario: Crisis, Hartazgo y Propuesta

Al finalizar el año del virus, la evaluación del escenario de tristeza, miedo, resignación y esperanza en otros, también dejó un aprendizaje general del cual todos han tomado lección según su propia experiencia y conciencia.

Al finalizar el año del virus, la evaluación del escenario de tristeza, miedo, resignación y esperanza en otros, también dejó un aprendizaje general del cual todos han tomado lección según su propia experiencia y conciencia. El campo de la política, dimensión que no puede parar ante ninguna pandemia tuvo en la juventud peruana a un importante stakeholder.

No se quedó en la protesta social, también brinda alternativas. Aquí dos jóvenes cultivados en las ciencias del Derecho lo sustentan.


Por: Carlo Andre Ayala |Juan Sotomayor, corresponsales de Perú.


Durante las últimas décadas, la clase política ha sido descubierta respecto a los reales intereses que la mueven; los escándalos de corrupción y el contexto de esta atmósfera dentro de las instituciones públicas -con muchos proyectos inconclusos- informaron mejor sobre su verdadera “gestión” como autoridades y padres de la patria. La ciudadanía corroboró su falta de compromiso con el país al ver sus manejos en los poderes del Estado.

La pugna entre el Ejecutivo y el Legislativo, el cierre del Congreso, la accidentada presencia de cuatro presidentes en cinco años de gobierno y la irresponsabilidad de parte del Tribunal Constitucional en no resolver trascendentales dudas para estabilizar estratégicamente el sistema democrático ha manifestado la incapacidad moral de sus actores.

En esta coyuntura, la emergente figura del joven bicentenario irrumpió con su voz tajante, decretó movilizarse por un cambio, todo lo que quiere es que en su sociedad las cosas funcionen correctamente, es todo.

La incapacidad de esta clase política por actuar con base moral es un padecimiento crónico y pandémico para la salud democrática peruana. La resignación de tener que elegir al mal menor -como si de una condena de purgatorio terrenal se tratase- ha hecho habitual que la población conviva con representantes con quienes no se identifica. Un país donde 68 de sus 130 congresistas están investigados por delitos que van desde lavado de activos hasta homicidio, de hecho, carece de una sana democracia.

Somos una generación descontenta, nacimos en una realidad con alta efervescencia de corrupción y carente de valores, nos sentimos huérfanos de una auténtica democracia cuyo nombre se utiliza como disfraz de grandes vicios que nada tienen que ver con el bien común. Intereses políticos y económicos individualistas son el motor del día a día.

Los bicentenarios repudiamos que alguien ocupe una curul y no conozca el significado de la palabra servicio. Es distinto detectar errores, incompetencia profesional y circunstancias fortuitas, pero una sistematización política al estilo clan mafioso hacen imposible el no reaccionar y actuar.



Es pertinente revisar los sucesos que influyeron en las generaciones del periodo de la guerra fría que polarizó al mundo, hasta el terrorismo sufrido en Perú durante las últimas dos décadas del siglo XX, ello marcó en cada caso, su visión y horizonte.

Los que provenimos desde los mediados del ’90, fuimos testigos pasivos de un contrato social de impunidad, oportunismo e incluso, crimen. El joven bicentenario no quiere empequeñecer su rol social con los brazos cruzados, anhela condiciones de desarrollo iguales para todos, sin caudillismos y sin mentiras aparentadas como verdad.

En el universo virtual -con el que se identifica a los jóvenes de este tiempo- los meteoritos son los “fake news” y los discursos políticos -elaboraciones populistas- son la nebulosa parte del paisaje. Los planes de gobierno son una construcción tipo play go, tan frágiles y derrumbables que no conciben el largo plazo.

Políticos no habituados al conocimiento científico ni a la lectura cultivada, junto a medios de comunicación de práctica mercenaria, son las plagas que retroalimentan un statu quo de oscuridad donde la corrupción se mueve como pez en el agua.

Propuesta de un cambio

El establishment actual requiere un cambio radical, los partidos políticos no han cumplido su labor de formar gobernantes idóneos que cuenten, aparte de conocimiento tecnócrata para dirigir y legislar, con la suficiente dosis ética para administrar la hacienda pública. El joven bicentenario rechaza la búsqueda del poder como un fin en sí mismo, reclama su utilización como un medio para promover el desarrollo integral de cada persona.

El sistema actual debe cambiar. El tiempo brindado a las organizaciones políticas para que gradúen -como escuelas- a sus militantes como futuros gobernantes, ha concluido. La juventud, sin prejuicios ideológicos, las percibe como escuelas de adiestramiento para indeseables de cuello y corbata.

Ante la presente crisis, creemos que debe implementarse una nueva institucionalidad que no solo considere la hermenéutica política, sino que constituya una puerta para aquellas personas con vocación de servir al prójimo, entidades donde surjan mentalidades sin discriminación por condiciones de raza, sexo, edad ni por otra diferenciación y que conciban el éxito como una dimensión comunitaria: auténticas Escuelas de Gobernabilidad.

Es necesario contar con instituciones sólidas y eficientes que supervisen a quienes ostenten una curul o un cargo público, que transparente la hoja de vida, probidad e integridad de los aspirantes a funcionarios, tal como la Superintendencia Nacional de Fiscalización Laboral realiza en el ámbito de los empleadores y trabajadores.

El Yachaywasi como escuela incaica para gobernadores es un antecedente propio del Perú, la escuela sofista en la antigua Grecia es otro referente.

En aquellos recintos ancestrales se formaban jóvenes en educación superior para ejercer los asuntos públicos. Una institución de esa performance, actualizada a los desafíos de hoy, podría validar tanto desde el sector del Estado como del privado (sin ánimo de lucro) la posibilidad de contar con personas graduadas en los principios de la ciencia y arte de gobernar. Una luz para el sufragante.

La pérdida de credibilidad en los partidos políticos ha convertido al sistema electoral en un círculo vicioso en el cual es obligatorio votar por quien se crea que delinquirá menos. Nada prometedor. ¿Y qué pasaría si los mejor cultivados podrían candidatear sin un partido político, con tan solo su comprobada capacidad moral y competitividad?

Los tiempos evolucionan y el peor temor de muchos políticos al parecer es convivir en una sociedad con decencia. Hacen falta foros donde la confrontación de ideas, libres, sin pertenencia a esquemas importados y cuadriculados en profecías elitistas, oriente las capacidades hacia el servicio al ciudadano. Cuánta demanda de las actuales generaciones, cuántas expectativas, descontentos y propuestas se podrían transformar en acciones políticas.

Después del hartazgo demostrado en las calles y redes corresponde refundar a la clase política, construir una nueva expresión con los valores de la honestidad, la moral y la justicia social.

Y mejor que parafrasear a un político, es más pertinente ahora recordar lo que dijo un rockero: “El deber de la juventud es desafiar la corrupción”. Gracias, Kurt Cobain.

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