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Malversaciones Patrioteras y la hora de la Justicia

Podríamos hacer un repaso minucioso de otras medidas emblemáticas que convivieron con esa matriz contaminada por el sectarismo o el engaño institucionalizado.

Malversaciones Patrioteras y la hora de la Justicia.

Podríamos hacer un repaso minucioso de otras medidas emblemáticas que convivieron con esa matriz contaminada por el sectarismo o el engaño institucionalizado.


Por: Daniel Defant | Corresponsal del Diario el Minuto en Argentina


Podríamos ofrecer hoy una clave para preguntarnos cuanto más cree la sociedad hoy, y que puede más hacer el periodismo de investigación para seguir aportando a las toneladas de pruebas de todo lo que se ha dicho, se difamado, escuchado y hasta escrito en el medio de esta fracción de película acelerada que padecemos los argentinos desde hace ya un par de año y hasta muchas veces nos sentimos ser menos que la molécula de una hormiga.

¿Qué es lo que le está faltando al espacio público? ¿Mas entrevistas y más conversación?

¿El interrogante final es cuanto se robó en la Argentina? ¿Y dónde está esa plata?

¿En medio de estas malversaciones patrioteras, se piensa que es la hora de la justicia?

Esa justicia que con todas las pruebas en sus manos pueda dar respuesta a tantas cuestiones pendientes y los corruptos paguen como corresponde.

Son los jueces, los encargados de abrazar con la causa desde una altura difícil de homologar ofreciéndonos sus perplejidades y reflexiones como un aporte insustituible y personal al debate que nos debemos sobre ese pasado “oscuro” que obra como freno y que nunca dejara de pasar si eludimos las responsabilidades que cada uno de nosotros tuvo en la gran tragedia colectiva.

No para promover otra caza de brujas o convertirnos en comisarios políticos que con una vara moral van patrullando las vidas ajenas. Es una ratificación de lo que se piensa mucho más allá de “los votos”.

Todo pasa por la actitud de enjuiciar a los otros sin dar cuenta de las propias vidas delatando las culpas no reconocidas cuando se atrae el miedo como disfraz de toda esta hipocresía.

Con lente de espíritu “mandeliano” que se observa con nitidez la impostura de la “vendetta” ideológica plasmada por el matrimonio Kirchner ante la historia reciente de la que fueron parte, ante su propio espejo de frivolidades pasadas, ante sus enemigos presentes reales o inventados, esencialmente impredecibles como combustible del rencor y como justificación sobreactuada de no haber sido.

El mismo talón de Aquiles que hasta ayer otorgaba renta y votos con alto costo pero que mañana puede convertirse en un bumerán impredecible y ahondar la famosa grieta.

¿Se hará cargo Cristina de haber agitado irresponsablemente el enfrentamiento clasista, la antinomia política, el desprecio por el que piensa diferente al relato oficial, la división irreconciliable de otros tiempos en una mesa familiar?

¿Para saldar con justicia la sangre derramada en las batallas del ayer, hacía falta recrear esta guerra de intolerancia?

¿Era imprescindible inocular la lepra espiritual del odio y el desencuentro en las nuevas generaciones que buscan sueños propios?

Todas estas preguntas van adosadas y reivindicando hoy como “juventud maravillosa” truncada de su potencial y genialidad por los criminales genocidas de la dictadura que no la dejaron ser.

El mecanismo de esta reivindicación comienza con la desmesura verbal de Hebe de Bonafini cuando habla de sus “héroes” pero crece en el silencio concesivo de viejos cuadros que se sienten abarcados, contenidos, expresados por la utopía de la patria socialista que despreciaba la democracia burguesa y soñaba con la dictadura del proletariado.

Hebe lo dice, otros gozan del baño de sus palabras siempre en el plano de la ensoñación épica, aunque el tiempo los haya convertido en gruesos burócratas al servicio de un poder convencional que los enriquece como a aquellos que querían despellejar un nombre de una supuesta revolución.

A esta altura no se logra saber si la sociedad convalida, rechaza o simplemente observa contemplativa, negligente, su propia ajenidad ante lo reivindicable de los setenta.

La mirada tan propia, tan criolla, de los bovinos apacibles rumiando indolentes en la abundancia de sus pampas inmutables hoy en el medio de fuegos descontrolados a la espera de algún bombero voluntario apague tanto incendio sin recursos.

Así es como hoy estas renovadas mayorías han llenado sin querer o queriendo las páginas de la historia, concediendo la acción frenética y desmesurada a minorías que jugaron al juego de la supremacía, la supresión del otro, el trofeo de llevarse puesta la república en este presente en el que aún se cuestiona: ¿Si Menem fue liberal? ¿O si en Cambiemos hay liberales?

Todo ha sido hecho al modo de un pastor evangélico: “Síganme, que no los voy a defraudar” prometiendo hasta una “Revolución Productiva” que nunca llego y fue gobernada con los consensos de Washington y con la Fe ardiente de cualquier converso.

¿Es la Argentina la que voto propuestas liberales, bajo el ahogo político y el incendio económico de un radicalismo que no permitía razonar en esos términos y apagar las llamas de la hiperinflación que era el imperativo excluyente?

Esa fue la excusa perfecta para la metamorfosis brutal de un caudillo nacional y popular en un alumno aplicado del capitalismo global en su minuto de gloria luego de la caída del Muro de Berlín.

El combo era perfecto: factores internos de estallido social ante el fracaso del estatismo acumulado que paralizaba el país, y externos, de un mundo que parecía confirmar al “Mercado” y sus reglas inapelables como punto de llegada en el “Fin de la Historia” y los liberales encuentran al triunfo de su propia concepción cuando en realidad la vocación liberal reside precisamente en el cuestionamiento de los dogmas.

Es un largo recorrido por la historia con la perspectiva de años que necesitamos recorrer para llegar a este hoy en donde muchos sostienen la postura del no haberlos votado, con el desparpajo de manuales blanqueadores a sabiendas de adorar la transgresión como virtud consagrada a la ruptura de reglas como una potestad inherente a sus hiper- presidentes.

Cualquiera que hoy vea deambular a Carlos Saul Menem como una sombra achacosa y atemorizada por la venganza de sus propios “compañeros” que le exigen lealtad a cambio de salvoconductos judiciales, entenderá la metáfora de la crucifixión y la cruda ley selvática del peronismo con sus reglas cuando el líder cae en desgracia.

Los herederos del General actúan con frialdad y naturalidad de una jauría; huelen al que sangra y se alimenta de su debilidad.

Néstor Kirchner supo Calificar a Carlos Menem como el “mejor presidente de la historia”, cuando el riojano era Gardel reencarnado y lo ayudaba a construir poder feudal en Santa Cruz con los millones de las regalías del petróleo privatizado por Domingo Cavallo. Luego se convertiría en el blanco preferido del matrimonio Kirchner cuando bautizaron a su propio tiempo de gozado el esplendor de “Década Infame” que llamaron “Ganada” y decidieron entronizar en su reemplazo los sangrientos años setenta.

De esta manera se responde la pregunta: ¿Menem fue liberal? No, claro. Fue peronista. Como tal utilizo el disfraz adecuado para el tiempo oportuno. Lo que hizo fue subirse a la ola mundial y surfear con cintura maquiavélica las contradicciones generadas.

Gobernó exitosamente en sus primeros años echando a mano a políticas de mercado llevadas al fundamentalismo de la aniquilación del Estado mientras barría con astucia los controles republicanos para garantizar la corrupción de su entorno.

Menem fue tan liberal como Kirchner un izquierdista.

Ambos encarnaron supuestas antípodas que no fueran tales en el ondular de un movimiento político ilimitado en sus apetencias de poder y su capacidad transformista.

En realidad, ambos reflejaron la ambigüedad, el materialismo y el escaso republicanismo de la sociedad que los voto y los erigió en salvadores temporarios de la patria.

Detrás de los primeros gobiernos de Menem y de Kirchner quedaron logros económicos tan indiscutibles como provisorios, que encandilaron a un electorado pragmático, con el horizonte delimitado a la satisfacción de los bolsillos.

Los resultados del largo plazo en veinte años, hoy nos muestran un país a los tumbos, empujado por golpes de suerte, vientos de colas y finales de fiesta que marcan deterioros en su contrato social.

El resultado a la vista de las políticas educativas ha sido el fracaso más estruendoso de los treinta años de democracia en una Argentina que termina con presupuestos miserables atados a una crisis económica sin precedentes en el medio de una pandemia internacional que viene además como anillo al dedo para culpar semejante fracaso en todos los órdenes y en la crisis permanente de valores como la autoridad, la excelencia, el rigor, el sacrificio y el mérito que ponen a su “Reina Madre” en estado Jake.

No basta el consuelo típico, bien soberbio y ciertamente necio sobre nuestra producción de genios aislados, de cerebros individuales que brillan por excepción y no por regla.

Hoy Argentina con la “Reina en Jake” está a la espera de muchas respuestas, con toda la historia y todas las pruebas.

Sera capaz esta Cristina viuda de Kirchner, inteligente y empoderada, dar la respuesta correcta ante los Señores Jueces cuando la indaguen e interroguen sobre estas malversaciones donde la justicia toma la posta?

El periodismo hizo su trabajo de investigación, se tomó radiografía casi perfecta de esta historia y la ha interrogado e indagado infinidades de veces, más siempre salió airosa en medio de un show mediático y poco serio. Ahora es la hora de los Jueces. Queremos saber si la Justicia en Argentina funciona: como “Poder”: comprometido, compartido, controlado y limitado en donde el Estado se convierte en garante de la vida civilizada, de las reglas de juego claras, fortalecido y sometido a ese constante control que únicamente lo puede ejecutar la Justicia con todas las letras para fines últimos: “LA PATRIA”.

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