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Malvidas: El Paraiso en la Tierra

El Minuto | Al principio de este mes de Diciembre que ahora se acaba, regresé por segundo año consecutivo a la República de Maldivas.

Por:  Alberto Maestres Fuentes | Corresponsal de España para El Minuto

Hace tiempo que me resistía a emprender un viaje de más de once horas, desde Barcelona, mi ciudad, hasta unas islas en las que parecía que no tenían apenas ningún interés histórico ni cultural, existiendo otros lugares por la misma zona que estaban empapados de historia, pero finalmente sucumbí y no una vez, sino dos.

Un país formado por 26 atolones compuesto por más de 1000 islas en medio del océano indico. Ubicado al sur de India de la cual está a una escasa distancia de 450 kilómetros y al sudoeste de mítica Sri Lanka, y que obtuvo la independencia completa del Reino Unido en 1965.

El motivo de repetir este destino es que te fascina nada más que lo conoces y cuando la dejas te prometes a ti mismo volver.

Su gente, sus islas, su bulliciosa capital Malé, con su exótico mercado, sus infraestructuras y su extremo cuidado con una de las fuentes esenciales de su economía, el turismo, es impresionante.

Nada más llegar al aeropuerto internacional de Malé, que lleva el nombre de Ibrahim Nasir, padre de la independencia y primer presidente de la república, te sorprende la amabilidad de las autoridades y el sistema de escritura del idioma oficial del país, el divehi, que se muestra, en todos los letreros junto con el inglés y, es muy visual y diferentes a cualquier otro tipo de alfabeto conocido.

El aeropuerto está en una isla que se conecta a Malé mediante un gran puente o por un eficaz servicio regular de barcos.

Al ser oficialmente una república islámica y, seguir escrupulosamente los preceptos del islam, se controlan concienzudamente los artículos personales que los viajeros, la mayoría de ellos turistas, introducen en sus equipajes en el país.

Tanto los equipajes de mano como los facturados pasan un control de rayos X y ante la duda se solicita abrirlos delante de varios funcionarios de aduanas.

Cualquier botella de alcohol es requisada por las autoridades. Curioso puesto que en los hoteles de los atolones, reservados para los turistas extranjeros, el consumo del alcohol está totalmente permitido, eso sí, a precios bastante elevados.

Una vez pasado todos los controles nos dispusimos a ir a la terminal de vuelos domésticos pues como la mayoría de los extranjeros que llegan a Maldivas viajábamos a una de las islas de los atolones y, dejamos la visita a Malé, para el final del viaje.

La mayoría de las islas son privadas y pertenecen a distintas cadenas hoteleras internacionales.

Para desplazarse a las que están en los atolones más alejados hay que hacerlo o bien, en aviones turbohélices de la compañía nacional Maldivian, que te llevan a uno de los pequeños aeropuertos repartidos por los distintos atolones y, de allí embarcar, en una lancha, que te deja finalmente en la isla hotel que has escogido alojarte.

O también se puede llegar directamente a la misma isla hotel en uno de los múltiples hidroaviones de la propia Maldivian o de la Maldivian Airways (según esta última la que posee la flota de hidroaviones más grande del mundo) o de algunos privados de los propios hoteles.

Se respeta tanto el bienestar de los turistas que se alojan en los distintos hoteles del país que los horarios de los hidroaviones, están muy regulados y, a partir de las 7 de la tarde, ya no pueden sobrevolar ni amarizar, para no perturbar precisamente, la tranquilidad de los residentes.

Nosotros, en el primer viaje, llegamos a nuestra isla utilizando la primera opción de avión más lancha, puesto que llegamos al anochecer a Malé y no había otra opción si queríamos llegar ese mismo día a la isla. En cambio, en este segundo viaje, al llegar a primera hora de la mañana, embarcamos directamente en el hidroavión que nos depositó suavemente en las aguas cristalinas enfrente de nuestra isla.

La isla escogida fue Kudafushi ubicada al norte del país, en el atolón Raa.

Nos gustó tanto el año pasado que no dudamos en repetir otra vez.

El trato por parte del personal es sublime y eficaz sin llegar al servilismo que tanto mi pareja como yo detestamos.

El bienestar de los que los visitan es lo primero y, para empezar, te sorprende que en estas islas resort se quiera sacar al máximo de partido las horas de sol. Así que nada más poner los pies, en Kudafushi, te advierten que la hora oficial de la isla es una hora más que la oficial del país.

La mayoría de estos hoteles son cabañas que están ubicadas alrededor de la isla al lado del mar u otras llamadas las oveersee village que están encima del agua, sin romper en ningún momento la monotonía y equilibrio natural.

El año pasado nos alojamos en las oversee vilage y este, en las que dan a la playa. Realmente las dos son recomendables, pero si volvemos, que volveremos, nos alojaremos otra vez, en estas últimas.

A partir de ese momento todo es disfrutar de la isla y alrededores con sus maravillosos arrecifes y fauna marina que no te los puedes acabar.

Preguntamos, las dos veces que hemos estado alojados, si la isla hotel estaba vacía pues casi siempre estábamos solos en el agua o playa y nos dijeron, las dos ocasiones, que estaba al cien por cien de ocupación. Lo que te da una idea del orden y sincronización que se lleva a cabo, para evitar la masificación turística, tan habitual en otras zonas del planeta como en la costa mediterránea española.

Todo está sujeto a un equilibro y profesionalidad exquisita y excepcional.

Muchos de estos complejos hoteleros, además de la isla principal donde están asentados, disponen de otras islas cercanas deshabitadas y vírgenes.

A estas puedes acceder o bien en lancha del hotel o con motos de agua. También puedes visitar otras islas del mismo atolón, habitadas por población local.

Es curioso que muchas de ellas, aunque bastante pequeñas, con un par de calles, siempre tiene más de una mezquita muy bien conservadas y pintadas. También disponen de escuelas construidas en unos edificios muy bien construidos y con todos las servicios necesarios.

Los días de Kudafushi siempre, a pesar de la paz y tranquilidad reinantes, pasan demasiado rápidos y, sin darte cuenta, ya te tienes que volver.

En este segundo viaje nos pasó lo mismo y antes de darnos cuenta ya estábamos de regreso.

Maldivas es un paraíso que esperemos se mantenga como está actualmente y que tanto el hombre como el calentamiento global no las hagan desaparecer nunca.

No en vano el gobierno de Maldivas ya está comprando tierras en otros países para una posible recolocación de su población en caso de que el nivel del mar suba demasiado durante las próximas décadas y engulla a esta maravilla de la naturaleza.

En el avión de regreso, cuando observaba ya con nostalgia, como iban desapareciendo por mi ventanilla los magníficos atolones con sus formas y colores y, con ese color esmeralda del agua me dije a mi mismo otra vez, volveré.

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