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Psicologia del sometimiento

¿Como es posible que una sociedad decida vivir temporalmente en el autoengaño y en la mansa entrega cotidiana de sus derechos?

¿Como es posible que una sociedad decida vivir temporalmente en el autoengaño y en la mansa entrega cotidiana de sus derechos?


Por: DANIEL ALBERTO DEFANT | Corresponsal del diario el Minuto en Argentina


Erich Fromm lo intentaba responder en el libro: “El Miedo a la Libertad” para abordar el fenómeno de masas domesticadas bajo los totalitarismos del Siglo XX. Allí se planteaba analizar la estructura del carácter del hombre moderno que le hizo desear el abandono de la libertad en los países con regímenes fascistas. Lo hacía a través de preguntas iniciales que recobran una vigencia extraordinaria en este tiempo:

¿Puede la libertad volverse una carga demasiado pesada para el hombre, al punto que trate de eludirla?

¿Como ocurre que la libertad resulta para muchos una meta tan ansiada, mientras que para otros no es más que una amenaza?

¿No existirá tal vez, junto a un deseo innato de libertad, un anhelo instintivo de sumisión?

¿Hay acaso una satisfacción oculta en el sometimiento?

¿Qué es lo que origina en el hombre un insaciable apetito de poder?

¿Es el impulso de una energía vital o es una debilidad fundamental y la incapacidad de experimentar la vida de una manera espontánea y amable?

Todo intento por comprender la atracción que el fascismo ejerce sobre los grandes pueblos nos obliga a reconocer la importancia de los factores psicológicos. Parecen preguntas formuladas para argentinos de hoy (y de muchas épocas de “militarismo salvador”) pero fueron hechas en 1947 para varias generaciones occidentales que deambulaban errantes, hipnotizadas por algún líder puesto a capitalizar en despotismo el volumen de la libertad que las masas se quitaban de encima con tanto ahínco y religiosa genuflexión.

Fromm buscaba explorar en la desesperación del hombre moderno de mitad del siglo XX esos mecanismos íntimos por los cuales un individuo optaba por avalar su propio encierro, la celebración de la obediencia ciega a credos políticos como refugio de su precariedad, como atenuación de la intemperie.

Un eje revelador para abordar la noción de “costo” de la libertad está en lo que Fromm denomina “la emergencia del individuo”; ese panorama atemorizante que surgen cuando se rompen los anclajes con vínculos primarios que otorgan las primeras seguridades (participación en el clan, en la comunidad social o religiosa) y del ser humano se lanza la conquista de nuevos espacios de razón, creencia o exploración.

En palabras Fromm: “Cada paso se hacía un mayor grado de individuación entraña para los hombres una amenaza de nuevas formas de inseguridad”. Y continua:

“Una vez coartados los vínculos primarios ya no es posible volverlos a unir; una vez perdido el paraíso, el hombre no puede volver a él… por otra parte, si las condiciones económicas, sociales y políticas, de las que depende todo el proceso de individuación humana, no ofrecen una base para la realización de la individualidad (como dar garantías plenas de desarrollo en igualdad de oportunidades o de movilidad social) … la libertad se vuelve una carga insoportable”.

“Ella se identifica con la duda y con un tipo de vida que carece de significado y dirección. Surgen así poderosas tendencias que llevan hacia el abandono de este género de libertad para buscar refugio en la sumisión o en alguna especie de relación con el hombre y el mundo que prometa aliviar la incertidumbre, aun cuando prive al hombre de su libertad”.

Alguien podrá exhibir un atenuante de este diagnóstico en las últimas manifestaciones de la clase media argentina marchando en silencio o haciendo batir cacerolas como señal de hartazgo. Es un paliativo valido para una tendencia mucho más profunda en otros sectores sociales.

Es la fiebre buscando dominar a la bacteria o al virus transmitido en el ADN de muchas generaciones que rifaban a su derecho a la libertad en manos de minorías mesiánicas y reaccionaban los efectos de la entrega eran devastadores.

Un ejemplo externo a nuestra sociedad, pero cada vez más próximo en sus similitudes, que puede aplicar perfectamente a lo descripto por Fromm es, contemporáneamente, Venezuela.

Aunque es de Perogrullo decir que el chavismo lo invento y ejecuto Hugo Chávez, en realidad sus creadores y facilitadores fueron los que cimentaron un proceso de desolación y marginalidad social a tal magnitud que condeno a millones de personas casi a la inexistencia.

Un corrupto bipartidismo previo de larga data fue tapizando las laderas circundantes a Caracas con seres humanos que difícilmente podían aspirar a la categoría de ciudadanos ya que ni siquiera contaban con documentos oficiales de identidad.

Esa fotografía de la capital rodeada de una marginalidad creciente formando anillos lastimosos alrededor de opulentos edificios fue descripta crudamente por un poeta cordobés: “Caracas es un diamante en la mano de un leproso”. A ese individuo caído del sistema, ignorado de sus necesidades básicas, sin vida propia reconocida por su propio entorno de pertinencia rescato primero y recluto después el comandante Hugo Chávez Frías.

A esos millones de seres humanos sin dirección ni objetivo autónomo, más que la mera supervivencia, alquilo el bolivariano su libertad para luego usarla como un ariete de un poder omnímodo y totalitario contra el resto del país. Esa fue la base y el capital para instaurar un régimen de sometimiento sin parangón en países democráticos de América Latina.

Pero de un punto de vista psicológico y práctico: Para que habrían querido conservar su libertad esos verdaderos “nadie” que, parafraseando a Eduardo Galeano, costaban menos que la bala que los mataba en sus chabolas miserables.

¿Libertad para qué?

Esa pregunta simple y sin dobleces contiene a la vez tantas profundidades y resonancias en nuestro continente que debería ser obligatoria respuesta para cualquier político, intelectual o economista que pretenda hablar o convencer en nombre de sus valores, su tradición o sus reales beneficios.

Es también el interrogante fatal para embusteros, falsificadores y usurpadores de insignias liberales. Porque de ellas se sirvieron para los fines más diversos los latrocinios más condenables y los fracasos más estentóreos. Es así que podemos seguir hablando del libertinaje financiero los indignados argentinos o de una maldita clase media en revolución horizontal con los atentados a la transparencia y los periodistas bajo fuego. Ninguna libertad sirve cuando no es completa y humanitaria con sentido asociativo de la vida… es o no es libertad.

No guarda ningún calificativo intermedio; para que lo sepan.

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