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Sin enemigo y sin trinchera

A lo largo del siglo XX, “lo liberal” en el país no supo, no pudo o no quiso superar el umbral de un conservadurismo asociado a los factores de poder

A lo largo del siglo XX, “lo liberal” en el país no supo, no pudo o no quiso superar el umbral de un conservadurismo asociado a los factores de poder, a las clases dominantes y a las reglas del mercado libre sin su correspondencia en la garantía plena de libertades individuales y otros derechos sustantivos.


Por: Daniel Defant | Corresponsal del Diario el Minuto en Argentina.


La lista de excusas puede ser multitudinaria y verosímil (la irrupción del militarismo nacionalista, “movimientismo”, primero de Hipólito Yrigoyen y después de Juan Domingo Perón, el rancio conservadurismo de los terratenientes, los colectivismos de izquierda y de derecha).

Todos fueron a su turno enemigos, por acción u omisión, del concepto mismo de la libertad plasmada como garantía primaria en una democracia capitalista abierta, con desarrollo político y control ciudadano.

Entre la lista de enemigos y la carencia de representantes íntegros, aquellas ideas basales de la Generación del 37, que fundaron la organización nacional y el periodo más próspero del país se fueron diluyendo, corroyendo y hasta falsificando en manos de nuevas generaciones de argentinos que dilapidaron la herencia constituyente con una voracidad caníbal.

Porque si bien aquellos primeros liberales organizados en tiempo y espacio estuvieron lejos de la infalibilidad, supieron implantar las ideas de seguridad jurídica, educación pública gratuita, propiedad privada, apertura económica e inmigración como pilares de una Nación que era un desierto real y metafórico y que desde ese instante debía iniciar un proceso evolutivo hacia la conquista de otros derechos y descubrimiento de otras garantías.

De ese intento fundacional de “hacer prender de gajo” la civilización europea en la tierra propia o de la emulación constitucional norteamericana de los Padres Fundadores se pueden objetar decenas de aspectos, como de hecho hace hoy el revisionismo nacional y popular con el diario del siglo XXI entre las manos.

Lo que no se puede obviar es que esos hacedores liberales que nos legaron también sus ardorosas peleas, sus despiadados debates intelectuales, sus injusticias y sus excesos, nos proporcionaron a la vez el rumbo más sólido posible en ese tiempo para una sociedad que debía imponerse el perfeccionamiento del legado.

En palabras de Alberdi: “Las Constituciones de hoy deben propender a organizar y constituir los grandes medios prácticos de sacar la América emancipada del estado oscuro y subalterno en que se encuentra (…)

Reconocer, entre sus grandes fines, la inviolabilidad del derecho de propiedad y la libertad completa del trabajo de la industria.

  • Prometer escribir esta garantía no es consagrarlas.
  • Se aspira a la realidad, no a la esperanza.
  • Las Constituciones serias no deben constar de promesas, sino de garantías de ejecución (…)”
  • Esa fue la anomalía esencial de las generaciones subsiguientes.

Irresponsables herederos de los frutos de la revolución demográfica y la explosión inmigrante, los habitantes de “la Argentina potencia, granero del mundo, faro educativo de América” dilapidaron el legado y apostaron por el derroche de los bienes materiales, por un exhibicionismo obsceno de una riqueza reciente.

Luego la preferencia opto más por la disgregación que por la inclusión, por el autoritarismo que por la libertad, por la imposición de la fuerza que por la fuerza de la razón.

Marcos Aguinis refleja recuerdos de ese tiempo:

“En 1910 la Argentina figuraba entre los diez países más ricos del globo”.

Su opulencia contrastaba con nuestra mentalidad.

Ya parecía, diabólica, una terrible contradicción.

El cómico mexicano Cantinflas (Mario Moreno) lo sintetizo en una frase brutal:

“La Argentina está compuesta por millones de habitantes que quieren hundirla, pero no lo logran”.

Algo parecido dijo Albert Einstein cuando nos visitó en 1925:

“¿Como puede progresar un país tan desorganizado?”

Su mente científica no lograba descifrar el misterio: “por una parte, crecía una descomunal riqueza y por la otra era perpetuo el caos administrativo, político y fiscal”.

Seria ocioso distribuir culpas entre los protagonistas del descalabro argentino que desemboco en el golpe que derroco a Hipólito Yrigoyen en 1930.

La perdurabilidad del daño demostrado en la inestabilidad institucional de medio siglo posterior es prueba suficiente de que no hubo responsables aislados o temporarios.

Fueron inconductas generacionales, ordalías continuas de indolencia, rencor fácil y odio sistemático e injusticia entre clases sociales estimuladas desde el poder para sembrar grietas.

Si un observador intenta hoy en perspectiva abarcar la complejidad del fenómeno social argentino y su debacle en el siglo XX, tal vez advierta un método colectivo único de auto exterminio y flagelación de potencialidades.

A diferencia de países que atravesaron guerras plenas con otras naciones o cruentas batallas internas entre bandos finalmente saldadas por el aprendizaje masivo, parecería que nuestra sociedad, algún remoto día, se declaró a sí misma una guerra de guerrillas generalizada, con armas de fuego o sin ellas, donde la constante fue jamás quedarse sin enemigo y sin trinchera.

Contradiciendo al General Perón, un juego sectario en el que para un argentino no hay peor cosa que otro argentino que piense diferente.

Hay que decir también que en todo este largo proceso la Justicia ha sido facilitadora entre la complicidad y la incapacidad de juzgar el Poder de turno; o sus castigos llegan tarde, cuando el otrora poderoso no es más que un residuo político arrumbado entre el reproche social o la insignificancia pública.

La mano populista es toda una metáfora pos moderna que el intelectual que da brillo a las batallas del modelo Nac Pop argentino viva en Londres desde 1969 y divida su tiempo entre las universidades de Essex (Inglaterra) y de Northwestern (Estados Unidos).

Es así que la Patria Monárquica sea entendible por los sobrevivientes de utopías violentas y marxismos literarios que siempre quieren borrar de la faz de la Constitución el espíritu adelantado de Juan Bautista Alberdi.

Este ya advertía en 1880 sobre los males incubados y por venir en una sociedad autoritaria desde sus raíces, proclive a abandonar la potencia creadora del individuo en libertad, con su carga de responsabilidad intacta frente a las consecuencias de sus actos.

Vale la pena regresar a esas fuentes de iluminación en medio de las sombras:

“La omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual”.

“Una de las raíces más profundas de nuestras tiranías modernas en Sudamérica es la noción grecorromana de patriotismo y de la patria, que debemos a la educación clásica que nuestras universidades han copiado a Francia…”

“La Patria, tal como la entendían los griegos y los romanos, era esencial y radicalmente opuesta a lo que entendemos en nuestros tiempos y sociedades modernas; era una institución de origen y carácter religioso y santo; su poder era omnipotente y sin límites respecto de los individuos de que se componía”.

“La Patria así entendida era y tenía que ser la negación de la libertad individual, en la que cifran la libertad todas, absolutamente todas las sociedades modernas que son realmente libres”.

“El hombre individual se debía todo entero a la Patria; le debía su alma, su persona, su voluntad, su fortuna, su vida, su familia, su honor y su respeto” (…).

Hoy sentimos una fuga hacia adelante y que hay divorcio, entre aquel Alberdi que exaspera, supongo, a los adoradores del Estado populista resucitado, de la Patria confundida con un “Gran Hermano” vigilante y controlador de lo público y lo privado, del pensamiento, la palabra y la acción… sobre todo “la acción”.

Este es el Alberdi que promovía los anticuerpos legales para desbaratar revoluciones que en nombre de “lo popular” se adueñaran arbitrariamente de las reglas de juego y sometieran la libertad del individuo a una servidumbre empobrecedora: … la patria es libre en cuanto no depende del extranjero; pero el individuo carece de libertad en cuanto depende del Estado de un modo omnímodo y absoluto.

La Patria es libre en cuanto absorbe y monopoliza las libertades de todos los individuos, pero sus individuos no lo son porque el gobierno les retiene todas sus libertades…

Finalmente, para terminar, es sabido lo que hoy quieren: eliminar de la Constitución “neoliberal” al Alberdi que sería llamado “Cipayo” para caer masacrado por la carga antiimperialista de los que prefieren hincarse ante los caprichos veleidosos de una “Reina sin Trono”, en lugar de experimentar la aventura de una Republica en serio y una Democracia de consensos.

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