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Una sociedad en estado de desobediencia

Los casos de contagios por coronavirus siguen en crecimiento, como así también las muertes, por lo que el sistema de salud está casi al borde del colapso.

Sin embargo, la sociedad argentina ha optado por desobedecer los consejos de las autoridades sanitarias y políticas. ¿Los motivos? Un presidente y una dirigencia política que perdieron legitimidad ante sus gobernados.

Por Agustín Dragonetti | Corresponsal de Argentina


El día 2 de marzo del año pasado, el servicio de virosis respiratorias del INEI ANLIS “Dr. Carlos Malbrán” diagnosticó el primer caso de COVID-19 en Argentina, en un hombre de 43 años que había estado en Milán y otras ciudades de Italia y España.

Dieciocho días después, el 20 de marzo, el presidente Alberto Fernández anunció junto a gobernadores y funcionarios el inicio del Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO), para contener y prepararse para el capítulo argentino de la pandemia.

La sociedad en su conjunto apoyó la dura cuarentena, necesaria para reducir al máximo posible los efectos devastadores de un virus que ya había golpeado duramente a Europa.

Luego del anuncio, la imagen presidencial subió al 80%, cuando en un relevamiento hecho en el bimestre anterior, febrero-marzo, había arrojado un 55% de imagen positiva.

Este indicador le proporcionaba a Fernández y su gabinete un amplio margen de acción. A medida que se ampliaba cada 15 días el ASPO, también se iba deteriorando fuertemente la economía, aún con las ayudas extraordinarias que otorgaba el gobierno a desocupados y grandes y pequeñas empresas.

El 9 de noviembre, 234 días después de haber anunciado la primera cuarentena, Alberto Fernández anunció el fin del ASPO y el comienzo del Distanciamiento Social Preventivo y Obligatorio (DISPO), que se prorrogó en dos oportunidades.

La última finalizó el 31 de enero de este año, con lo que se totalizaron 317 días consecutivos de medidas sanitarias. El país había atravesado la restricción de circulación más larga del mundo.

Lo quedó luego de la “primera ola”, como le gusta decir al presidente y sus funcionarios, fue tierra arrasada. Según la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME), en 2020 cerraron sus puertas 41.200 PyMEs y 90.700 locales comerciales desaparecieron.

La tasa de desempleo, según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) se ubicó en el 11,7 % (que no fue mayor a raíz de la menor cantidad de personas que buscaron un empleo a causa de las restricciones de circulación decretadas por el gobierno).

Mientras cayeron los empleos del sector privado, los empleados del sector público aumentaron en 10.300 nuevos puestos de trabajo, ampliando el gasto público. Para fines del año pasado, se registraron 19,2 millones de pobres, y 4,5 millones de indigentes.

La inflación, esa eterna tara nacional, trepó al 36,1%. A su vez, la emisión monetaria para cubrir los efectos de las desacertadas medidas de restricciones tan extendidas fue de $2 billones, lo que equivale a decir que la cantidad de pesos argentinos en circulación se amplió a más del doble en tan solo un año. El Producto Bruto Interno, (PBI) se desplomó un 9,9 %.

Pero mientras la población sufría las consecuencias de las duras medidas impuestas por el gobierno el año pasado, el presidente, el primero que debía dar el ejemplo, hizo todo lo contrario.

Se dejó ver en reuniones políticas sin tapaboca ni distanciamiento social, como la del 8 de marzo, donde el presidente argentino cenó con el ex mandatario boliviano Evo Morales y su comitiva en la provincia de Jujuy, horas antes que regresara a su país luego de un año de exilio en Argentina. El líder cocalero compartió una foto en Twitter, tomada durante la cena de despedida, donde se observa a Alberto Fernández y varios de sus funcionarios sentados a la mesa junto al ex mandatario boliviano y sus colaboradores (15 personas en total), donde solo una persona tiene un tapaboca puesto.

Un lugar cerrado, sin los 2 metros mínimos de distanciamiento social ni barbijos y riéndose a carcajadas. Cabe decir que eso estaba absolutamente prohibido por el Decreto de Necesidad y Urgencia 814/2020, que llevaba la firma del propio presidente.

Antes de ingresar al Hospital Odontológico de Formosa el 28 de mayo, Alberto Fernández brindó una conferencia de prensa. Hasta circuló un video donde se vio como el presidente tomó un teléfono celular de un militante y se sacó una selfie junto a varios simpatizantes.

Luego de la conferencia, el presidente se abrazó sin tapaboca con el gobernador formoseño, Gildo Insfrán.

Insfrán es el mismo que aplicó en su provincia las más duras medidas sanitarias del país, lo que provocaron graves denuncias por violaciones a los derechos humanos, desestimadas de manera ridícula por Horacio Pietragalla, el secretario de Derechos Humanos de la Nación.

En La Rioja, el presidente volvió a ignorar su propio decreto, al dejarse fotografiar el 12 de junio con militantes tras el anuncio de obras, junto al gobernador Ricardo Quintela, y la reinauguración de una planta de la empresa textil TN & Platex.

Mientras gran parte del país se encontraba con circulación restringida, incluso para reuniones familiares, el mismísimo presidente y su pareja, Fabiola Yáñez, almorzaban en Olivos junto al nefasto sindicalista multimillonario Hugo Moyano (de quien Alberto Fernández dijo que era “un dirigente ejemplar”), su esposa Liliana Zulet y el hijo de ambos, Jerónimo Moyano. En la foto que publicó Jerónimo en Twitter se los ve a todos sonriendo sin distanciamiento ni barbijos.

Hipócritamente, el 23 de octubre el presidente viajó a la provincia de Misiones para anunciar que se iba a extender el ASPO hasta el 9 de noviembre. Obviamente, no faltaron las fotos junto a militantes sin distanciamiento social, pero esa vez se cuidó de usar tapaboca. No sea cosa que la prensa lo critique.

La frutilla del postre se produjo el 26 de noviembre, durante el velatorio de Diego Armando Maradona. Fue un caos digno de la peor película sobre catástrofes. Las familias argentinas no podían despedir a sus muertos, fallecidos por COVID o no. Sin embargo, el presidente cedió la Casa Rosada para la multitudinaria capilla ardiente. “No es posible oponerse al pueblo”, dijo Ginés González García, el inepto ex ministro de Salud. Más de un millón de personas se volcaron a las calles aledañas a la Casa de Gobierno, de las cuales solo 60.000 pudieron acceder a dar su último adiós al ídolo futbolístico.

Balas de goma y gases lacrimógenos debieron ser utilizados por la policía para impedir que los fanáticos tomaran por asalto la capilla ardiente cuando se conoció que no se extenderían los días para poder despedir a Maradona.

Rápido para capitalizar la muerte de Maradona, Alberto Fernández se sacaba selfies con los simpatizantes que se agolpaban junto a las vallas puestas para contener a la gente que pugnaba por ingresar a la sede gubernamental. Una actitud miserable.

El escándalo del vacunatorio VIP montado en el Ministerio de Salud para políticos y amigos del poder que se conoció en los últimos días de febrero, también exacerbó los ánimos de una sociedad ya cansada de una interminable cuarentena.

Todavía no se sabe dónde fueron a parar 80.000 dosis de vacunas destinadas a personal sanitario, de seguridad y personas de riesgo.

Pero 18 minutos bastaron para que la gente se rebelara del todo. El 14 de abril Alberto Fernández grabó un mensaje destinado a la población en donde anunció nuevas medidas de restricciones para frenar la segunda ola del coronavirus, que incluyen un toque de queda a partir de las 20 horas, viajes en ómnibus solo para “personal esencial”,

prohibición de reuniones familiares y sociales y la suspensión de las clases en todos los niveles educativos. “El relajamiento social continuó en gran medida. Todos hemos visto como durante la Semana Santa se repitieron fiestas y reuniones, contradiciendo todos los protocolos que recomendamos cumplir.

No me gusta que se haga política con la pandemia”, dijo miserablemente el presidente, que contrajo coronavirus y permaneció 12 días aislado en la Quinta Presidencial de Olivos. “Aún hoy no sé cómo me contagié, no encuentro el vínculo que me contagió” disparó Fernández…o el presidente es un hipócrita o realmente perdió su norte. O ambas cosas.

Para el presidente argentino y sus asesores los culpables del incremento de los contagios están claros: la gente y los médicos: “El problema central está en las reuniones sociales donde la gente se distiende y en ese momento de distracción, de esparcimiento, es mucho más fácil contraer el virus”, dijo sin siquiera sonrojarse. “El sistema sanitario también se ha relajado.

Y en un tiempo donde los contagios estaban disminuyendo, abrieron puertas a atender otro tipo de necesidades quirúrgicas que podían esperar pero que creyeron que era oportuno tratarlos ahora, y así en el sistema privado se acumuló un número de camas utilizadas, que hoy en día pueden ser muy necesarias para atender el COVID”.

Parece increíble que un mandatario pretenda que las camas de terapia intensiva sean solo utilizadas para pacientes con coronavirus. Habría que preguntarle porqué desmantelaron todos los centros de contención que se abrieron el año pasado en clubes y centros de convenciones.

O cuántos respiradores se compraron con el impuesto a las grandes fortunas, llamado pomposamente “Ley de Aporte Solidario y Extraordinario”.

“Los colegios, repito una vez más, tendrán clases hasta el día viernes inclusive, y a partir del día lunes y hasta el día 30 de abril recibirán clases de modo virtual los alumnos.

Esta decisión que acabo de tomar voy a hacerla cumplir con las Fuerzas Federales, la Policía Federal, la Gendarmería Nacional, la Prefectura Nacional y la Policía Aeroportuaria quedan afectadas al control de las medidas sanitarias que acabo de disponer.”

Esta frase despertó la ira de miles de padres que vieron como sus hijos permanecieron más de un año sin recibir clases presenciales. Madres y padres resolvieron organizarse desde sus teléfonos celulares y en las redes sociales en la defensa de la reapertura de las aulas.

Banderazos, marchas frente al Obelisco y la Quinta Presidencial, sentadas y abrazos a los colegios y cacerolazos, fueron las herramientas utilizadas.

Pero la batalla más dura se está librando en la Ciudad de Buenos Aires, porque el inefable e inentendible gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, expresó que las escuelas bonaerenses que abran sus puertas serán sancionadas. Horacio Rodríguez Larreta, el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, se presentó de inmediato ante la Justicia en contra del Decreto de Necesidad y Urgencia del presidente.

Los jerarcas sindicales de la educación validaron la decisión presidencial y llamaron a un cese de actividades.

Era lógico, ya que a estos sindicalistas acaudalados no les interesa la educación ni dar clases. Son verdaderos piqueteros de las aulas enfrascados en sus ambiciones personales.

Porque hay que decirlo: todas las demandas que exigían les fueron otorgadas. Pretendían protocolos seguros para los docentes y las autoridades instituyeron mecanismos que provocaron escasos contagios en los colegios.

Demandaron vacunaciones para los maestros y profesores y se las proporcionaron. Una vez más la política miserable primó por sobre el sentido común.

En los medios de transporte viajan hacia sus puestos de trabajo -que milagrosamente permanecen abiertos- millones de empleados y obreros que deben llevar su sustento diario. Y no están catalogados como “esenciales”, desobedeciendo el decreto del presidente.

Es que miles de ellos han quedado endeudados después de meses de restricciones.

Las plazas están llenas de gente disfrutando los últimos días de calor que se niega a irse en un otoño tardío.

Los bares y restaurantes que sobrevivieron a la catástrofe económica del año pasado están llenos, al menos hasta las 19 horas.

Lo que viene, no se puede analizar con claridad. ¿Qué pasará si finalmente Alberto Fernández decide volver a Fase 1 como el año pasado? ¿El presidente cederá ante el pedido del gobernador bonaerense y su ministro de Salud militante, Daniel Gollán, de un cierre total por 15 días? Son cuestiones que hoy por hoy no se pueden predecir, porque la coyuntura cambia día a día. Lo que si se puede anticipar -y esto se palpa en la calle- es que van a lograr saturar del todo a la sociedad, que no va a ver ningún resultado ni cambio concreto al salir de un posible miniconfinamiento de 15 días y que en un mes estaremos de nuevo en las puertas del colapso sanitario, con un mayor detrimento socioeconómico.

Los próximos días disiparán todas estas dudas.

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