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Yibuti un país de alto valor estratégico

El Minuto | En el Cuerno de África, un pequeño país, sin recursos naturales y con marcados niveles de subdesarrollo, es sede de bases militares de países de la OTAN, Japón y China. La razón es su posición geoestratégica que convierte a este estado en una pieza clave para la estrategia de seguridad de grandes actores.

Por Jorge Alejandro Suárez Saponaro | Director de Diario El Minuto Argentina

El territorio del actual Yibuti estaba poblado por dos pueblos, los afar y los issas. En antigüedad formaba parte de la llamada Tierra de Punt, manteniendo contactos comerciales con Egipto faraónico. En el siglo VII el islam llegó al país. El territorio fue parte del sultanato de Ifat, que floreció hacia el siglo XIII, extendiéndose a los territorios de las actuales Somalia y Etiopía. El proceso de expansión fue frenado en 1332 por el emperador etíope Amda Seyon I. En 1415 surgió de las cenizas de Ifat, el Sultanato de Adal, de la mano de Sabr ad-Din I, formado por tribus somalíes. Esta entidad existió hasta 1577. Entre 1529 hasta 1543, Adal estuvo en conflicto con Abisinia – la actual Etiopía – que motivó en su momento la injerencia portuguesa, en apoyo a los abisinios y los otomanos, que apoyaron al sultán de Adal. Finalmente, sus tropas fueron derrotadas frente a los luso – abisinios, provocando el declive del sultanato, destruido por sus crisis internas y las incursiones de pueblos como los oromo.

Los egipcios, se instalaron en la región, pero su presencia fue precaria. La apertura del Canal de Suez en 1869, transformó el territorio del actual Yibuti, en un área de interés estratégico para Francia, y también Gran Bretaña. Los franceses habían explorado la región en 1842, de la mano del cónsul francés en Adén, Henri Lambert. En 1884, supieron de la presencia egipcia en la bahía de Tadjoura y la localidad de Obock que dado la presión tanto de París y Londres, los egipcios, decidieron retirarse. Entre 1883-84, los franceses firmaron una serie de tratados con los sultanes locales afar y somalíes, que gobernaban en el actual Yibuti.

En 1889, el protectorado es una realidad y fue fundada la ciudad de Yibuti, y la trata de esclavos, comercio del cual se beneficiaban los gobernantes locales, fue abolido. En 1894, el territorio era conocido como Costa Francesa de los Somalíes. La construcción del ferrocarril entre el puerto de Yibuti y Etiopía, incrementó sustancialmente el comercio de la colonia francesa. En 1889 un aventurero llamado Nikolay Ivanov Achinov, se estableció en Sagallo, en la costa del actual Yibuti, con un grupo de colonos rusos, en un intento de crear una colonia africana para el zar de Rusia. Los franceses enviaron una cañonera y desalojaron por la fuerza a los recién llegados, que fueron deportados a Odesa.

La llamada Somalia Francesa, fue objeto de un proceso de asimilación, especialmente de los somalíes issa, quienes poblaron la ciudad de Yibuti, capital del protectorado desde 1896. Los afar, en el norte del país, mantuvieron su estilo de vida nómada. A pesar del proceso incipiente de urbanización, las estructuras de gobierno y administración quedaron reservadas a los franceses y la elite árabe local. Durante la Segunda Guerra Mundial, tropas italianas tuvieron choques con los franceses, pero se salvó de la ocupación, dado que, en 1940, el territorio quedó bajo el régimen de Vichy. En 1942, opositores al régimen de colaboracionista, apoyaron la ocupación británica de la colonia. En 1946, Somalia Francesa volvía al control efectivo del gobierno de París.

Los cambios constitucionales, permitieron que se convirtiera en un Departamento de Ultramar y contara con un diputado en el Parlamento. Esta incipiente vida política impulsó el surgimiento de un movimiento nacional y con exigencias para atender problemas locales, y mayor grado de participación en la administración. El nacionalismo somalí impactó directamente en los issas, junto con el triunfo de la revolución egipcia de Nasser y la guerra de Argelia. En los cincuenta surgieron dos figuras de la política local Hassan Gouled y Mahmoud Harbi. La influencia de los issas prevaleció sobre los afars, especialmente cuando Harbi fue electo vicepresidente del Consejo Representativo en 1957.

El control de Yibuti por parte de los franceses era de vital importancia, por diversos factores. Por una parte, era la vía de acceso al mar de Etiopía. A pesar de la anexión de Eritrea en 1952, la presencia de grupos guerrilleros y la ausencia de una infraestructura, mantuvieron Addis Abeba era dependiente de la colonia francesa para su comercio externo, y por otra, los franceses controlaban parte del estrecho del Bab el Mandeb, vía de acceso del intenso tráfico del Canal de Suez.

Las divisiones internas, entre afars e issas, de alguna manera impedía el surgimiento de un movimiento nacionalista homogéneo, agregándose la política de “divide y vencerás” propias de las potencias coloniales. Los franceses apoyaron el ascenso de los issas en el control de los asuntos locales, hasta 1958, cuando luego del referéndum impulsado por De Gaulle, para cambiar el estatus de los territorios ultramarinos en el marco de la Unión Francesa.

A pesar del triunfo de la tesis de mantener los lazos con Francia, puso en evidencia una creciente corrientes de opinión favorable a la unión con Somalia. Incluso Mahmoud Harbi, favorable a la idea de la Gran Somalia, murió en circunstancias no aclaradas. Los franceses entones apoyaron a los afar, disolvieron la Asamblea local, ganando este grupo étnico el control de dicho órgano, en unas elecciones “orquestadas” por los gobernantes coloniales.

En 1967 fue convocado un referéndum para decidir el destino de la colonia, en el marco de fuertes tensiones internas y cuestionamientos de los estados africanos ante las Naciones Unidas. Dicha organización tomó nota de ello y cuestionó el comportamiento francés. Los issas ligeramente superiores en número frente a los afars, fueron en gran parte expulsados o impedidos de participar en la votación. Árabes y europeos también participaron de la votación, que por obvias razones apoyaron la tesis de mantener lazos con Francia. Los afars, beneficiados en apariencia con la política francesa, se distanciaron por la política de la metrópoli, y surgió un sentir nacionalista favorable a la independencia. El resultado del referéndum trajo aparejado algunos cambios cosméticos. La Somalia Francesa, pasó a denominarse Territorio Francés de los Afars e Issas. El gobernador, fue denominado Alto Comisionado, se incrementó el número de miembros del Consejo de Gobierno y se amplió el margen de autogobierno.

En ese tiempo se formó el Frente de Liberación de la Costa Somalí, con acciones armadas contra objetivos y personal europeo. A pesar del interés de Somalia por el actual Yibuti, esto no se tradujo en apoyo material importante como sí ocurrió con los movimientos armados somalíes en Etiopía, y Kenia. En el frente diplomático, Mogadiscio presionó por un referéndum de independencia con supervisión internacional, con el interés que dicho territorio optara por la incorporación a Somalia. En 1969 el gobierno de Egal en dicho país, tuvo una estrategia de apaciguamiento con sus vecinos, incluyendo el Territorio de los Afars e Issas. El golpe del general Siad Barre, resucitó la idea de la Gran Somalia, y el grupo guerrillero Frente de Liberación de la Costa Somalí mantuvo su actividad e incluso en 1975, secuestró al embajador francés en Somalia.

Etiopía era otro de los actores con intereses en Yibuti. Las razones más bien eran estratégicas como históricas. La salida al mar era algo de vital importancia. El emperador Haile Selassie apoyó el Movimiento de Liberación de Yibuti desde 1963, en un intento de generar presión sobre los franceses. La caída del imperio, de la mano de un golpe militar de corte marxista, en 1975, estableciendo el denominado régimen del Derg, dio por terminado los reclamos de Addis Abeba. Los franceses hábilmente retrasaron la independencia, con una política de dividir a los grupos étnicos del territorio, infundir temor a los afars sobre el expansionismo somalí y a los issas, sobre una eventual anexión a Etiopía. Francia por lo tanto era el garante natural de la seguridad del territorio. El retiro de los reclamos etíopes aceleró el proceso de independencia. La política expansionista somalí y el temor de Addis Abeba que el régimen de Barre ocupara Yibuti y bloqueara el acceso al Mar Rojo, convirtió a Etiopía en un garante de la seguridad del nuevo país, tras la retirada francesa.

En 1977 se llevó a cabo el referéndum de independencia que obtuvo una victoria aplastante. Uno de los elementos a considerar fue el acuerdo entre los distintos grupos, entre ellos el Frente de Liberación de la Costa Somalí, abandonar tesis irrendentista, facilitó el proceso de independencia de Francia.

París mantuvo un destacamento de la Legión Extranjera Francesa. A los pocos meses de la independencia el político issa Hassan Gouled Aptidon, llegó a la presidencia, implantando un régimen autoritario y monopartidista, claramente por occidental. En los años 90, el régimen de partido único es abolido por las crecientes presiones y debe lidiar con la insurgencia de la guerrilla de los afar, Frente para la Restauración de la Unidad y la Democracia o FRUD. En 1994, el conflicto tocó su fin, al formarse un gobierno de coalición donde participó el citado grupo. En 1999 fueron celebradas las primeras elecciones libres desde 1977, que permitieron al sobrino del ex presidente Aptidun, Isamil Omar Guelleh, con apoyo del FRUD, llegar a la presidencia, permaneciendo en ella hasta el día de hoy.

La posición estratégica la “riqueza de Yibuti”.

El sistema político reparte el poder entre issas – somalíes y los afars. En el caso de los primeros ocupan la presidencia del Estado, y tienen fuerte presencia en la administración pública. Los afars controlan el cargo de primer ministro y el ministerio de exteriores. Ello no impide que existan tensiones latentes, a pesar que el país está en manos de una coalición multipartidaria, que tiene ambos grupos étnicos en ella. La política local está basada, en el clientelismo y la ausencia de diálogo con partidos políticos opositores, con el ingrediente de altos niveles de corrupción. Esto no es de interés de los poderosos actores que tienen sus bases en el país, que solo les preocupa que haya estabilidad política y los líderes locales no interfieran en sus intereses.

Estamos frente a un país de 23.200 km2, una población de un millón de habitantes, con el 32% de analfabetismo, y el Índice de Desarrollo Humano, lo coloca en el puesto 166, de 196 países relevados. El PIB per cápita es de 2300 dólares, estando en el puesto 133. Lo que pone en evidencia que estamos ante un país pobre y con elevados niveles de corrupción. El puntaje dado por Transparencia Internacional es de 30. El índice Doing Business para inversores, coloca al país en el puesto 99 de 190. Lo que pone en evidencia, que Yibuti, no es un lugar atractivo para invertir. Las desgracias de los habitantes no terminan ahí. Es un territorio con escasos recursos naturales y la generación de empleos depende de los servicios derivados de la actividad portuaria y también de las bases militares extranjeras, responsables del 80% del PIB. El desempleo juvenil tiene cifras elevadas, ronda el 60%, a pesar de una legislación laboral laxa, que por ejemplo el salario mínimo fue abolido en 2006. En el sector rural, el desempleo es del 80% y la pobreza afecta a la mitad de la población. El gobierno ha realizado en los últimos veinte años mejoras sanitarias, que repercutió en medidas de planificación familiar, reduciendo el índice de fertilidad de casi cinco hijos por mujer a dos, esfuerzos en materia de alfabetismo, pero las deudas sociales son inmensas todavía. Esto pone en evidencia que el país, precisa reformas importantes, especialmente políticas.

El valor estratégico está por la posición geográfica del país, frente el estrecho del Bab el Mandeb que conecta el Golfo de Adén y el Mar Rojo. Allí está el 30% del tráfico mercante mundial, que incluye el 90% del petróleo que consumen Europa y Japón. La actividad de la piratería en aguas del Índico, refuerzan el valor del país. Estados Unidos como resultado de la estrategia contra la Guerra Global contra el Terrorismo, instaló una base en Camp Lemonnier, en el Aeropuerto Internacional de Yibuti, donde se alojan 4.000 efectivos. La capacidad estimada es de 6.000, con el costo anual de US$ 65 millones por el alquiler de dichas instalaciones. Francia mantiene su presencia desde tiempos coloniales, pero con una fuerza de la Legión Extranjera con 1900 efectivos, incluyendo un destacamento con medios aéreos que incluyen una escuadrilla de aviones Mirage 2000. Italia tiene una base también, pero de menor entidad, vinculada a la Operación Atalanta, de lucha contra la piratería, protagonizada por países de la Unión Europea. Japón, con doscientos efectivos mantiene su presencia a los fines de proveer seguridad al transporte marítimo internacional, de vital importancia para los intereses de Tokio.

Arabia Saudita es otro actor interesado en este pequeño país del Cuerno de África. La guerra que tiene atascado a Riad en Yemen contra el régimen de los huzíes apoyados por Irán, ha impulsado a contar con una presencia militar discreta, para la seguridad de sus intereses en el Mar Rojo. Los saudíes han acompañado su presencia con la construcción de mezquitas y medidas de tipo cultural y religioso, una estrategia sutil, que le ha permitido incrementar su influencia en varios países islámicos. Emiratos Árabes Unidos, una potencia con un creciente rol en la región, intentó instalarse en Yibuti, pero el gobierno de este país, no lo aprobó, tal vez por las relaciones entre Emiratos y Eritrea, país con el cual hay una relación tensa desde 2008, donde incluso hubo intercambio de disparos en la frontera. El resultado ha sido la instalación de una base en Somalilandia, un país no reconocido internacionalmente, pero dado su posición geográfica, puede convertirse en un competidor para el puerto de Yibuti.

China ha desembarcado en Yibuti con importantes inversiones. Sus intereses no solo tienen que ver con la lucha contra la piratería solamente, sino por el creciente peso de Pekín en África Oriental, donde tiene un socio clave, que es Etiopía, los intereses petroleros en Sudán del Sur, además de la seguridad de las comunicaciones marítimas. Los chinos reconstruyeron la vieja vía férrea que conecta Addis Abeba con Yibuti. Asimismo, construyeron plantas de agua potable, una instalación de gas licuado, terminales portuarias, una zona de libre comercio y mejoras en el aeropuerto. La base militar de los chinos, implica para las arcas de Yibuti, una renta de US$ 100 millones. La base tiene unos 360.000 m2, instalaciones para el despliegue de helicópteros, tallares para blindados y facilidades para el despliegue de un importante número de efectivos. Su capacidad todavía es un secreto, pero alarmó a los estrategas del Pentágono. En la inauguración, en 2017, participaron unos 300 efectivos, pero se estima que la base es una verdadera plataforma para el despliegue de efectivos mucho mayores. Las inversiones en infraestructura portuaria y el aeropuerto, indican que los chinos buscan tener capacidades que van más allá del crecimiento del comercio, sino su eventual empleo para el despliegue de medios militares de magnitud.

El continente africano, es escenario de una creciente competencia, donde China parece llevar el primer puesto. Su política de soft power, se ve acompañado por otras acciones más concretas, como la instalación de bases militares. En Yibuti el mensaje de Pekín es claro, donde existe una clara apuesta para defender sus intereses en África Oriental y haciendo acto de presencia en el “cuello de botella” que es el Bab el Mandeb, donde atraviesan vitales líneas de comunicación marítima para Europa como también para países como Japón y países del Sudeste Asia.

El pequeño y empobrecido Yibuti, sin ninguna duda tarde o temprano, será rehén de la creciente competencia entre las potencias occidentales y China, convirtiéndose en un campo de batalla de la nueva Guerra Fría que vive el mundo, donde la teóricamente privilegiada posición geoestratégica pueda convertirse en su perdición.

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