En los últimos meses se ha intensificado la guerra desde Yemen, el Estado de Israel ha debido enfrentar ataques provenientes de un frente fanático y distante: los Huties de Yemen. Para muchos en Occidente, el nombre puede sonar lejano, casi irrelevante. Pero detrás de esa aparente lejanía se esconde una realidad siniestra: un movimiento fanático, armado hasta los dientes por Irán, que ha convertido a Israel en blanco de su odio y a todo el mundo libre en su enemigo declarado.
Por Ariel Markovits
¿Quiénes son los hutíes?
Los Huties, también conocidos como Ansar Allah, son una milicia chií nacida en el norte de Yemen en la década de 1990. Lo que comenzó como un grupo tribal se transformó, gracias al financiamiento y apoyo de Irán, en un ejército irregular con decenas de miles de combatientes y un arsenal que incluye misiles balísticos, drones explosivos y lanchas suicidas.
Pero lo más escalofriante no son sus armas, sino su ideología. Su lema oficial es claro:
“Muerte a Estados Unidos, muerte a Israel, maldición a los judíos, victoria para el Islam.”
No se trata de un eslogan político. Es una declaración de guerra contra Israel, contra los judíos en general y contra toda democracia occidental. Antisemitismo racial, islamismo radical y odio absoluto a la libertad.
¿Por qué atacan a Israel?
Cuando estalló la guerra entre Israel y Hamás en Gaza, los Huties se sumaron inmediatamente al frente de la “resistencia islámica” que dirige Irán. No tienen frontera con Israel, ni conflicto territorial con él. Pero eso no importa: su razón de ser es “destruir al enemigo judío” y demostrar lealtad al eje iraní.
Desde Yemen han lanzado misiles de largo alcance y drones cargados de explosivos hacia ciudades israelíes como Tel Aviv y Eilat. No buscan destruir bases militares ni instalaciones estratégicas. Sus blancos son viviendas, aeropuertos, escuelas y fábricas. Quieren que las sirenas suenen en medio de la noche, que los padres abracen desesperados a sus hijos en los refugios y que el miedo paralice la vida cotidiana de millones de israelíes.
El terrorismo no busca vencer en un campo de batalla. Busca quebrar el espíritu de las sociedades libres. Eso es lo que los Huties intentan hoy con Israel.
El terrorismo como arma global
Los Huties no solo atacan Israel. También han convertido el Mar Rojo en una ruta de terror, atacando barcos mercantes internacionales, secuestrando buques y lanzando drones contra cargueros civiles. La meta es clara: desestabilizar la economía mundial, elevar los precios del petróleo y mostrar que ninguna ruta marítima está a salvo.
Con estos actos, los Huties se han transformado en piratas modernos. Pero no actúan solos: son parte de una estrategia global dirigida desde Teherán. Irán los utiliza como un peón más en su tablero para acorralar a Israel y desafiar a Occidente. Junto con Hamás en Gaza, Hezbolá en Líbano y las milicias chiíes en Irak y Siria, forman un anillo de fuego contra el Estado judío.
Una ideología de odio absoluto
Lo que vuelve a los Huties particularmente peligrosos no es solo su arsenal, sino su mentalidad. Estamos frente a un movimiento que glorifica la muerte, que celebra el martirio y que convierte a los niños en soldados yihadistas.
Sus discursos son un vómito constante de odio contra los judíos. Hablan de exterminio, de borrarlos del mapa, de una guerra santa que no terminará hasta que Israel desaparezca. En un mundo donde todavía resuenan los ecos del Holocausto, escuchar a un movimiento armado proclamar abiertamente “maldición a los judíos” debería estremecer la conciencia de cualquier ser humano decente.
Este no es un conflicto territorial. Es una batalla existencial entre quienes aman la vida y quienes adoran la muerte; entre democracias que buscan proteger a sus ciudadanos y terroristas que los utilizan como escudos humanos.
El deber de Israel y de las democracias
Frente a esta amenaza, Israel no tiene opción. Defender a sus ciudadanos no es solo un derecho, es un deber moral. Cada misil interceptado por la Cúpula de Hierro representa un niño que sigue vivo, una familia que no fue destrozada, una ciudad que sigue respirando.
Pero interceptar no basta. Israel debe ir más allá: desmantelar la infraestructura terrorista en Yemen, impedir que los Huties sigan recibiendo armas y dejar claro al mundo que nadie puede atacar impunemente a su pueblo.
Y aquí surge la gran verdad: esta no es solo la batalla de Israel. Cada vez que los Huties lanzan un misil contra Tel Aviv, están lanzando un desafío contra todas las democracias. Si el terrorismo triunfa en un lugar, se envalentona en todos. Si un grupo puede atacar civiles y salirse con la suya, mañana lo intentará contra Europa, Estados Unidos o cualquier nación libre.
Una lucha que define a nuestra época
La lucha contra los Huties es parte de un conflicto mucho mayor: la batalla del siglo XXI entre libertad y tiranía, entre democracia y fanatismo religioso, entre civilización y barbarie. No es un enfrentamiento lejano. Nos afecta a todos.
En un mundo interconectado, un misil que cae sobre Eilat sacude también a los mercados europeos; un barco atacado en el Mar Rojo repercute en los precios del combustible en Santiago, Madrid o Nueva York. El terrorismo no reconoce fronteras. Y si no se lo enfrenta con decisión, terminará por devorarnos a todos.
Elegir el lado de la vida
El conflicto con los Huties no es un episodio menor. Es una advertencia clara de lo que está en juego. Israel ha elegido —como lo ha hecho siempre— el lado de la vida. Sus enemigos han elegido el lado de la muerte.
La pregunta es si el resto del mundo libre tendrá el valor de elegir también. Porque el apoyo a grupos terroristas, el silencio, la indiferencia o la tibieza solo fortalecen a los fanáticos. La historia enseña que cada vez que el antisemitismo se desata, si no se lo frena a tiempo, termina golpeando no solo a los judíos, sino a toda la humanidad.
Hoy los Huties gritan odio desde Yemen y lanzan misiles contra Israel. Mañana podrían gritar lo mismo desde cualquier otro lugar. La única respuesta posible es la firmeza: defender a Israel es defender a las democracias, es defender la libertad, es defender la vida.












