El poder del dinero y el precio de la conciencia
En el tablero diplomático de la ONU, el dinero no solo compra influencia, sino también silencio. El reciente informe del Servicio Internacional de Derechos Humanos (ISHR) revela una verdad incómoda: mientras las potencias discuten presupuestos, los derechos humanos pierden oxígeno.
China actúa como un “obstruccionista silencioso”; Rusia, como un “saboteador ruidoso”. Y Estados Unidos, entre cálculos políticos y recortes presupuestarios, deja que el sistema se debilite.
El Alto Comisionado para los Derechos Humanos (ACNUDH) recibe menos del 1% del presupuesto total de la ONU. Es la sección más pobre del organismo más poderoso del planeta. Y lo es, precisamente, porque a muchos Estados les conviene mantenerla así.
La política detrás del presupuesto
El financiamiento de la ONU se decide en la Quinta Comisión (5C) de la Asamblea General, donde cada voto refleja intereses más nacionales que universales. Desde 2020, la parálisis domina este órgano. Los acuerdos se rompen, los debates se estancan, y los fondos se transforman en armas políticas.
“La Quinta Comisión no es un órgano técnico, es profundamente político”, advirtió un exdelegado.
Esa frase resume la tragedia: la diplomacia, que debiera sostener los derechos humanos, los está negociando como una moneda de cambio.
La alianza del silencio
China y Rusia, según el informe, han usado su poder para bloquear el financiamiento a los derechos humanos. Pekín retrasa pagos sin explicación; Moscú presenta enmiendas hostiles para cortar recursos. Uno actúa desde la sombra, el otro con estridencia, pero ambos comparten un mismo propósito: debilitar el pilar ético de la ONU.
Mientras tanto, Washington, en tiempos de Donald Trump, suspendió pagos, redujo su contribución y hasta propuso eliminar fondos para el ACNUDH.
El resultado fue devastador: menos investigaciones, menos personal y menos verdad.
Un deterioro calculado
El recorte presupuestario llegó al 27% este año. La ONU no solo pierde dinero: pierde independencia.
Las contribuciones voluntarias, muchas provenientes de fundaciones privadas, imponen condiciones y prioridades, desplazando la misión original del organismo.
Volker Türk y Michelle Bachelet —los dos últimos Altos Comisionados— lo advirtieron: el financiamiento es insuficiente y la falta de autonomía compromete la credibilidad del sistema.
Con menos recursos, la ONU canceló sesiones históricas, despidió personal clave y suspendió investigaciones en países en crisis. No hay colapso súbito, sino un deterioro progresivo, silencioso y estructural, como si el sistema se desangrara lentamente sin que nadie lo impida.
El futuro en riesgo
Hoy, el ACNUDH recibe apenas un 1% del presupuesto total de la ONU. En el papel, los derechos humanos son una prioridad. En la práctica, son una molestia para los poderosos.
El ISHR advierte que, con los recortes previstos para 2026, China podría redirigir el presupuesto hacia sus intereses, alejando aún más a la ONU de su esencia moral.
El “saboteador ruidoso” y el “obstruccionista silencioso” están ganando.
Y el mundo, una vez más, guarda silencio ante el precio político de los derechos humanos.












