Una tragedia que viaja entre rieles
“Las reacciones en mi cuerpo van desde dolores de espalda, de cabeza, trastornos del sueño, diarrea y náuseas. Es bastante desagradable...”.
— Mateo, maquinista del Metro de Santiago.
Mateo lleva casi 15 años conduciendo trenes bajo la capital. Tiene poco más de treinta años, vive solo, y aún recuerda con nitidez la escena que lo marcó: una joven cayendo a las vías, una mañana de septiembre.
No hubo tiempo para reaccionar. No hubo protocolo que lo preparara para eso.
Desde entonces, su vida profesional y personal quedó marcada por un silencio que —como las vías— nunca deja de retumbar.
El suicidio en cifras: una herida que no cierra
En Chile, 1.800 personas se suicidan cada año, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). El país presenta una de las tasas más altas de Latinoamérica, con 10,3 muertes por cada 100 mil habitantes.
El Metro de Santiago no está ajeno.
Durante 2024, se registraron al menos 12 casos de personas que se lanzaron a las vías; en lo que va de 2025, ya se cuentan 25 eventos. Las cifras no son oficiales —la empresa estatal evita publicarlas—, alegando la necesidad de prevenir efectos de imitación.
Sin embargo, detrás de esa política de silencio, hay trabajadores que reviven las escenas en cada turno, sin atención suficiente ni acompañamiento psicológico sostenido.
El “Código Sigma”: cuando la tragedia golpea
Cada vez que una persona cae a las vías, los funcionarios del Metro activan el Código Sigma, la alerta interna que paraliza operaciones.
En cuestión de segundos, se desata el caos: cortar la electricidad, evacuar pasajeros, coordinar equipos, contener a testigos… y seguir funcionando como si nada.
Los conductores disponen de solo dos días de reposo y una atención psicológica inicial, según documentos internos revisados por la Unidad de Investigación. Pero, en la práctica, muchos esperan horas antes de recibir ayuda.
“Hay que ser de fierro. La gente graba con el celular, quiere la exclusiva, pero esa exclusiva es una vida que acaba de terminar”,
lamenta Mateo.
El trauma después del turno
Valentín, técnico en depanaje, recuerda su primer caso: Nochebuena de 2003, estación Plaza Puente Alto.
Un joven se lanzó, dejando su teléfono desbloqueado en el andén. En la pantalla, un mensaje de su madre:
“¿A qué hora llegas para cenar?”.
El silencio posterior fue insoportable.
“Me dio ansiedad y fumaba mucho”, recuerda. “Dormí mal por semanas. En casa no hablaba del tema, solo me encerraba”.
Vicente, otro conductor, cuenta cómo una joven apareció inconsciente en las vías de Irarrázaval en 2019. Logró frenar, pero el tren se deslizó varios metros.
“Vi cómo había quedado. Eso no se olvida”, confiesa.
El costo emocional de ser invisible
Según la psicóloga Francisca Pesse, presidenta del Colegio de Psicólogos de Chile, este tipo de experiencias deja huellas duraderas.
“El impacto puede ser inmediato o diferido. El trauma se acumula y puede estallar después, ante un nuevo evento menor”, advierte.
Algunos trabajadores no logran volver a conducir. Otros renuncian en silencio, cargando consigo imágenes imposibles de borrar.
“En teoría, hay protocolos. En la práctica, los dejan esperando. No hay contención suficiente, ni capacitación continua”, denuncia Vicente.
Cuando el protocolo era el olvido
Hace 40 años, Felipe, entonces conductor, enfrentó su primera tragedia:
“Una madre saltó con su hija en brazos, en la estación Franklin. No pude evitarlo”.
No había psicólogos ni pausas. Solo una frase entre compañeros:
“Bótalo todo”.
Felipe dice que aprendió a detectar movimientos suicidas: “Siempre hay un gesto distinto. Corren, miran al vacío… uno lo siente”.
Medidas que pueden salvar vidas
En otros países, el uso de barreras automáticas, puertas de andén y operadores de crisis ha reducido los suicidios en el transporte público.
En Chile, solo las líneas más modernas del Metro cuentan con estas medidas.
“Hay que hablar del suicidio, no esconderlo”, insiste la psicóloga Pesse.
“El silencio no previene: condena”.
Reflexión final
El Metro de Santiago no solo transporta personas; también arrastra historias, miedos y heridas invisibles.
Los maquinistas no son héroes de acero, sino trabajadores que cargan con la muerte en cada viaje.
Chile tiene una deuda moral con ellos: humanizar la respuesta ante el dolor.
El suicidio no se combate con silencio, sino con empatía, educación y prevención.












