La estrategia de caminar al borde del abismo

Jorge Suarez Saponaro
Jorge Suarez Saponaro
Columnista | Diario el Minuto

El 25 de octubre de 2024, la Fuerza Aérea Israelí atacó instalaciones en las cercanías de la capital iraní, Teherán. La “guerra fría” que sostenían Israel e Irán, se transformó en un conflicto abierto. El gobierno del primer ministro Netanyahu busca dibujar un nuevo orden regional, acorde a sus intereses nacionales. Esto podrá significar algún tipo de ganancia en el corto plazo, pero sin consensos de actores regionales y extrarregionales, Israel está corriendo riesgos.

Por Jorge Alejandro Suárez Saponaro | Director de Diario El Minuto para Argentina

Los principales medios internacionales señalaron a las 2.30 A.M hora de Irán, del pasado 25 de octubre de 2024.  se escucharon explosiones en los alrededores de Teherán, en la localidad cercana de Karaj como en la ciudad oriental de Mashhad.  La prensa oficial iraní minimizó las explosiones y la agencia no oficial persa, Fars, reconoció que los ataques alcanzaron algunas bases militares.  La diplomacia estadounidense buscó frenar la escalada, en la persona del secretario de Estado, Anthony Blinken.  El titular de exteriores norteamericano resaltó la victoria militar sobre Hamas, pero indicó “ahora es el momento de convertir esos éxitos en una victoria estratégica duradera.”  Desde punto de vista político para Estados Unidos, si quiere mantener credibilidad en sus aliados árabes, está obligado a ejercer una mayor presión sobre el conflicto en Gaza.

Arabia Saudita suspendió cualquier tipo de acercamiento a Israel bajo la condición de crearse las condiciones para un estado palestino viable.  Un aspecto que no observan los medios occidentales, es la enorme simpatía que siente la “calle” en las grandes ciudades del Próximo Oriente hacia Hamas o Hezbollah (esto es claramente percibido por el gobierno egipcio respecto a su opinión pública), un factor condicionante para los gobiernos árabes a la hora de apoyar la política de la Casa Blanca en la región.  Esto se proyecta a países de mayoría musulmana fuera de la región, como Pakistán o Indonesia.

Los intentos de moderar al gobierno israelí por parte de Estados Unidos, han tenido un alcance limitado, pero al parecer el reciente ataque sobre Irán, al parecer la presión tuvo efecto. Washington está frente al cambio de gobierno en las próximas semanas, con una sociedad fracturada y en el frente externo con el atolladero ucraniano como principal prioridad en la política exterior de la Casa Blanca. La pérdida de peso en la política de Próximo Oriente, como queda reflejado con el acercamiento de dos actores clave – Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos – al espacio de los BRICS, liderado por Rusia y China, lleva a los estadounidenses a impulsar una política de contención y mitigar el daño lo máximo posible. Ejemplo de ello son las negociaciones por el drama de los rehenes israelíes en Gaza y la falta de liderazgo para hacer frente a la tragedia humanitaria en dicho territorio palestino.

El conflicto que libra Israel se caracteriza por un bando –léase Hamas y Hezbollah con el apoyo de Teherán – cualitativa y cuantitativamente inferior frente a Israel, luchan con medios limitados para obtener una meta estratégica (la destrucción del estado israelí), mientras que el bando en apariencia superior, los israelíes, utilizan medios abrumadoramente superiores, pero para obtener metas limitadas, por ejemplo control del territorio y/o destrucción de la capacidad militar de los citados grupos. Es indudable que Jerusalén no será derrotado, pero genera dudas si podrá ganar la guerra.  La historia está llena de casos donde potencias militares lograron tener victorias tácticas en el campo de batalla, pero no logran alcanzar su objetivo estratégico de manera decisiva y relativamente rápida, impactando en el frente interno, que retira su apoyo.

Los oponentes más débiles, de manera cautelosa evitan el combate convencional o simétrico. Es por ello que la lucha asimétrica es la regla, no la excepción.  Estamos ante lo que podríamos denominar una guerra de menor escala, donde la ambigüedad es la regla y domina la situación y la potencia de fuego no necesariamente garantiza el éxito.

Hezbollah recibió duros golpes contra su estructura de conducción tanto estratégica como operacional, agregándose la crisis de su aparato de inteligencia, reflejado en el denominado “ataque de los beepers”. Ello no menguó su voluntad de lucha y su estrategia se centra en infligir el mayor número de bajas a los israelíes e incrementar las represalias, a pesar del daño generado al aparato militar del grupo chiita libanés, está provocando que críticos dentro del Líbano, cedan y terminen haciendo causa común con los combatientes ante los daños colaterales, resultado de los ataques israelíes contra la infraestructura militar y logística de Hezbollah, que se apoya en instalaciones civiles libanesas.  Es posible, que las fuerzas de esta organización eviten el combate directo, limitándose a buscar en la oportunidad favorable golpear las fuerzas israelíes, generar bajas – para propaganda – y lanzar cohetes y misiles a la población civil para hacer mella en el frente interno.

El objetivo es provocar bajas a los israelíes, tanto militares y civiles, con el objetivo de generar presión en la opinión pública.  Israel está en conflicto hace un año y no existe certeza cuando cesará. Otro elemento a considerar en esta guerra, es la determinación por parte de las organizaciones que combate Israel en Gaza y el sur del Líbano, están dispuestas a sufrir un alto costo en bajas, tanto propias como de la población civil.  En Gaza observamos como los combatientes de Hamas siguen resistiendo entre los escombros y no dudan de usar mezquitas, escuelas, hospitales y edificios de Naciones Unidas para utilizarlos como “escudos” y camuflar sus redes de comando y logística.

A pesar de la tragedia humanitaria que vive el citado territorio, la conducción del citado grupo extremista, sigue con su voluntad de lucha y se mantiene inflexible sobre la cuestión de los rehenes israelíes que están en su poder. Hezbollah, a pesar de la muerte de sus principales cuadros dirigentes, las importantes destrucciones de sus instalaciones logísticas, de comando e inteligencia, la determinación de combatir continúa.

El gran desafío para Israel es poder distinguir la estructura militar de la civil del grupo libanés, dado que es una organización social que gestiona centros de salud, escuelas, además de tener una estructura de superficie dedicada a la política (tiene diputados en el Parlamento libanés). Esto será explotado al máximo por Hezbollah para incrementar el nivel de críticas de la opinión internacional y especialmente cosechar simpatías en el Próximo Oriente. Un ejemplo de ello la denominada Resistencia Islámica de Irak, que agrupa a numerosos grupos armados, que lanzaron cohetes y drones en septiembre de 2024 contra Israel, solo uno impactó con Eilat.

Las tensiones entre la presencia de Estados Unidos en Irak, se aceleró con el conflicto de Gaza, donde hubo una intensificación de ataques contra intereses de Washington. Esta situación desembocó en un acuerdo el 25 de septiembre de una reducción de las fuerzas militares estadounidenses destinadas a luchar contra los resabios del Estado Islámico. Una victoria política para el régimen de Teherán, que buscará incrementar una mayor influencia en Irak.

Las operaciones israelíes sobre el Líbano, son de carácter convencional, en el plano terrestre, se estima que el esfuerzo está centrado distritos de Bint Jubayl y Marjayun en la gobernación de Nabatiye, en la parte central del sur del Líbano a lo largo de la frontera. También las acciones se extienden hacia el suroeste hasta el distrito de Tiro en la gobernación del Sur. Desde el año pasado los ataques aéreos y duelos de artillería por parte de Israel, obedecieron seguramente para una eventual invasión.

Las milicias de Hezbollah centran sus acciones en combates defensivos, guerra irregular golpeando el avance israelí para luego replegarse, junto con lanzamiento de cohetes a la población civil israelí. El nivel de violencia sostenida, impiden que los refugiados israelíes retornen a sus hogares en el norte, generando un serio problema económico y político para el gobierno de Netanyahu.

Es un interrogante sobre la importante capacidad balística del grupo, pero existe un enorme stock de cohetes y drones que permiten incrementar el radio de acción de los ataques. La defensa israelí logra interceptarlos en gran parte, pero los ataques diarios, pone en evidencia que gran parte del aparato militar del Hezbollah sigue operativo.

La organización libanesa cuenta con importantes recursos económicos, no solo por el financiamiento iraní, las actividades económicas “de superficie” en Líbano, sino por la denominada economía subterránea, especialmente el tráfico de droga y el lavado de activos. Incluso las redes se extienden l África Occidental, donde se cree que el Hezbollah tiene intereses en el tráfico ilegal de cristales, como también en el contrabando y narcotráfico. Las pequeñas minorías chiitas en la región. son permeables a solidarizarse con la causa del citado grupo, creándose una red de financiamiento. La expansión de la droga sintética captagón, en un principio, tenía importantes centros de producción en Siria, parte de ellos se trasladaron al valle del Bekaa y en la frontera común sirio libanesa.

El aceitado sistema de lavado de activos le permitió a Hezbollah extender su influencia y generación de recursos fuera del Próximo Oriente, proyectándose hacia Europa, África Occidental y Sudamérica. Esto permite al grupo financiar su esfuerzo de guerra y eventualmente su esfuerzo de guerra.

La escalada del conflicto, al parecer buscada por los grupos terroristas ya mencionados, tienen como objeto generar mayores costos políticos, militares y económicos a los israelíes. El factor tiempo es explotado por los liderazgos de Hamas, Hezbollah y de Irán para desgastar a Israel, no solo en el plano político militar, sino ante la opinión pública internacional.   Es muy probable que la “estrategia del miedo” implementada por estos actores, tenga como objetivo generar una mayor presión tanto en el frente interno como externo al gobierno israelí.  En este conflicto altamente complejo, encontramos los ataques balísticos, de cohetes y drones, cuyo valor militar es cuestionable, pero desde el punto de vista psicológico tiene un fuerte impacto en la población civil y busca afectar la cohesión interna de Israel.

El grupo Hamas cuenta con un verdadero “imperio financiero” en las sombras, desarrollado durante su gobierno en Gaza. El Departamento del Tesoro de Estados Unidos en 2023, identificó una poderosa constructora en Turquía, con vinculaciones con Hamas, que obtenía ganancias de sus proyectos inmobiliarios. Se estima que el grupo palestino tiene ingresos estimados en US$ 1.000 millones, gracias a una red internacional de inversiones, hábilmente construida para evadir sanciones que incluye empresas mineras, criptomonedas, constructoras, desarrollos inmobiliarios, financieras, forman parte del “imperio” económico del Hamas. Sus agentes económicos operan en Sudán, Emiratos Árabes Unidos, Turquía y Qatar. Mientras la guerra pareciera no tener fin, las empresas vinculadas a Hamas siguen obteniendo ganancias, que permite financiar las actividades armadas del grupo.

Irán se incorpora en esta tragedia, no solo patrocinando a Hamas y Hezbollah, sino actuando de manera limitada con acciones directas contra Israel. La estrategia de Teherán explotó con habilidad las contradicciones de sus adversarios. Estados Unidos presionó abiertamente a Jerusalén sobre el alcance de los ataques aéreos del 25 de octubre de 2024, no viéndose afectado el programa nuclear iraní o su poderosa industria petrolera. Washington busca dar un claro mensaje, que sigue siendo un actor relevante y busca que Israel se ajuste a sus intereses en la región. No olvidemos los aliados árabes de Washington en la región, que exigen moderación en las operaciones de represalia y evitar una escalada donde pudieran verse involucrados.  Es tiempo además de una reñida campaña electoral y los dirigentes iraníes, aprovechan la situación de relativa debilidad de la Casa Blanca, mucho más atenta a su frente interno, que el externo.

El pasado 1 de noviembre de 2024 el jefe supremo de la República Islámica, Alí Jamenei, prometió una respuesta contundente al ataque israelí. Por temor a un ataque de saturación, Estados Unidos envió una batería del sistema antibalístico THAAD.  La creciente actividad de las milicias pro iraníes en Irak y los ataques de los hutíes, desde Yemen, tanto contra objetivos en Israel como atacando la navegación en el Mar Rojo, extienden el conflicto a diferentes puntos del Próximo Oriente.  El conflicto permitió al régimen iraní movilizar la opinión pública en una causa nacional, dejando en segundo plano las consecuencias de las sanciones internacionales en la economía doméstica.  Estamos ante un tiempo de espera sobre la posible respuesta iraní, donde el riesgo de escalada siempre está presente.

Caminando al borde del abismo

El ámbito natural para instar al diálogo, las Naciones Unidas, están paralizadas por el conflicto entre Estados Unidos y sus aliados, frente a Rusia y China, lo que impide que el Consejo de Seguridad tome debida intervención. En su momento el proceso de paz que desembocó en los Acuerdos de Oslo y la creación de la Autoridad Palestina, fue consecuencia del consenso internacional, especialmente de actores centrales como Estados Unidos, Europa Occidental y Rusia.  El vacío dejado por la falta de diálogo de las grandes potencias, abre las puertas al caos, siendo explotado por actores como Irán y su Eje de la Resistencia.  El ataque israelí del mes de octubre, permite al régimen construir un relato que moviliza la opinión pública detrás de una causa nacional, recuperando terreno perdido por parte del líder supremo, ante las tensiones derivadas de años de crisis económica por las sanciones económicas y la represión del régimen a la oposición.

Teherán explota con habilidad un creciente sentimiento antioccidental en el Próximo Oriente y por medio de sus agentes desestabilizadores, escala el conflicto entre Israel y los grupos Hamas y Hezbollah. Incluso, interviene el gobierno pro iraní del Yemen, generando trastornos en la navegación en el Mar Rojo, que afecta directamente a la economía israelí, pero también a nivel global. El 70% de los buques petroleros que cruzaban por el Canal de Suez, dejaron de hacerlo y optaron por la costosa ruta del Cabo Buena Esperanza.

Por otro lado, el Estrecho del Bab el Mandeb, surcan las denominadas “flotas fantasma” con bandera rusa o china, como de otros países, con petróleo ruso y evitar embargos o sanciones internacionales. El comercio global de gas GNL también se vio afectado incrementando los costos de transporte, al no poder emplear el Mar Rojo por temor ataques desde Yemen. Lo que acontece en el Golfo de Adén, sirve de muestra para una hipotética situación similar en el Estrecho de Ormuz, pero con mayor impacto en la economía global. Algo que Estados Unidos y sus aliados no están dispuestos aceptar.

Los medios y especialistas al parecer no reparan en que dichas organizaciones terroristas, cuentan con un sistema de financiamiento propio, a través de actividades legales e ilegales, y aprovechan con habilidad áreas donde la gobernabilidad es débil y con una corrupción endémica, proyectándose sobre países de África Occidental, Sudamérica e incluso tienen relaciones aceitadas con el crimen organizado transnacional. Esto no solo permite incrementar su capacidad de desestabilización fuera del Próximo Oriente – especialmente el caso Hezbollah – sino de recuperación, al contar con fondos para reconstruir sus infraestructuras y reclutar militantes/combatientes/terroristas.

Israel optó por escalar el conflicto, dar golpes demoledores a los grupos terroristas Hezbollah y Hamas, generar el máximo daño posible para retrasar lo máximo posible su recuperación y llegado el caso en una mesa de negociación, estar en una posición favorable, asumiendo el alto costo político derivado de las operaciones militares, tanto interno como externo, además del factor económico. La guerra significó una contracción del PIB del 4.1%, el posible cierre de 60.000 empresas por falta de mano de obra, el incremento del déficit fiscal por gastos derivados del conflicto estimados se proyecta para 2025 en US$ 67.000 millones.  Existe el riesgo que el gobierno israelí, para sostener el esfuerzo de guerra, recorte gastos de inversión, afectando el crecimiento del país. El gobierno ha incrementado la presión impositiva para sostener a las fuerzas armadas en operaciones.

El Instituto Nacional de Estudios de Seguridad israelí, prevé un impacto negativo en su economía que se prolongará en el tiempo.  El déficit fiscal alcanzó el 8% del PIB israelí. Calificadoras de riesgo internacionales han bajado la calificación de Israel, incrementando el costo del crédito externo.  El sector de alta tecnología se ve afectado por la inestabilidad económica y los reparos de los inversores en apostar a un país en guerra.  Los sectores agrícolas y de construcción si están muy afectados, dado que miles de trabajadores palestinos por el conflicto quedaron sin empleo. Reemplazar más de cien mil trabajadores de Gaza y Cisjordania, no es algo que se pueda realizar rápidamente.  El factor incertidumbre tiene un fuerte impacto en la economía israelí.

El gobierno israelí debe también lidiar con el drama de las familias que esperan a sus allegados rehenes en Gaza, los miles de refugiados que no pueden regresar al norte del país, las muertes civiles y militares por la guerra y el impacto psicológico por los ataques de drones, cohetes y una paz todavía lejana.

Los palestinos están inmersos en una tragedia humanitaria. La economía en Gaza se esfumó y quedó devastada por los combates. En Cisjordania se perdieron 300.000 empleos, el 80% de las empresas en el este de Jerusalén cesaron sus actividades. La pobreza es un mal endémico. El apoyo de los donantes internacionales a la fantasmal Autoridad Palestina se redujo al 2% del PIB (US$ 350 millones, frente a US$ 2.000 millones). La violencia se incrementó sustancialmente en Cisjordania, afectando seriamente la actividad económica. El gobierno palestino ya no puede pagar médicos, policías y maestros. La deuda crece día a día y estamos frente a un escenario de “estado fallido”.

Los actores involucrados en esta tragedia, caminan al borde del abismo, ya sea por estar cerca de una crisis política económica muy profunda; una emergencia humanitaria; el hundimiento de instituciones políticas, abriendo las puertas para un escenario caótico; o un riesgo de escalada, donde la guerra puede extenderse a otros actores regionales como fuera de ella. Estamos ante un escenario, donde cualquier error de cálculo, puede derivar en una tragedia de mayores proporciones.

 

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