El nuevo rostro del crimen en Chile
El crimen transnacional ha dejado de ser una amenaza lejana para transformarse en una realidad brutal en nuestro país. Según explicó el experto Greene Meersohn, la violencia que estamos presenciando tiene su origen en redes criminales que han cruzado nuestras fronteras aprovechando su fragilidad, especialmente en el norte de Chile.
“Se da mucho tráfico ilícito de personas, […] tráfico de contrabando, […] tráfico de droga. Todas las cosas que entran ilegalmente por la frontera, generalmente, entran por la frontera norte”, advirtió Meersohn.
Esta afirmación desnuda un problema estructural: la porosidad de nuestras fronteras ha permitido el avance de organizaciones criminales internacionales, convirtiendo al norte chileno en una puerta giratoria para el narcotráfico, el contrabando y la trata de personas.
La brutalidad importada: una violencia desconocida
Chile está viviendo una mutación profunda en su ecosistema delictual. Lo que antes eran delitos puntuales o controlables, ahora son manifestaciones de una violencia extrema.
Basta recordar el macabro hallazgo de mayo de 2023: dos cuerpos enterrados vivos bajo el piso de concreto de casas de tortura manejadas por Los Gallegos, una facción del Tren de Aragua, grupo criminal venezolano con ramificaciones continentales.
Este tipo de actos, que parecían propios de otras latitudes como Colombia o México, hoy ocurren en ciudades chilenas. La violencia importada ha llegado para quedarse, y con ella, el temor de una ciudadanía que, por primera vez, percibe la inseguridad como parte de su cotidianidad.
Un país con cifras engañosas
Chile ha sido históricamente uno de los países más seguros de América Latina. Sin embargo, la baja percepción de inseguridad contrasta con una realidad que se ha ido deteriorando aceleradamente.
Según Greene Meersohn, las autoridades han hecho avances, como la creación del Observatorio de Homicidios del Ministerio de Seguridad Pública. Esta iniciativa busca sistematizar y unificar las cifras para entender mejor los fenómenos delictivos.
“Con el Observatorio de Homicidios encontramos un número único de homicidios y también hemos podido caracterizarlos y saber cómo ocurren […] y poder abordar eso”, señaló.
No obstante, una baja puntual en los homicidios durante 2024 no puede atribuirse automáticamente a políticas públicas exitosas. Podría, de hecho, deberse a pactos temporales entre bandas criminales o al exterminio de competidores por parte de una organización dominante.
“No creo que sea producto de las políticas públicas que estamos implementando”, sentenció Meersohn.
El Estado sigue desarmado ante el crimen organizado
Uno de los puntos más alarmantes es la falta de coordinación real entre instituciones. Las reformas legales para fortalecer las capacidades del Estado, particularmente en inteligencia y persecución del lavado de dinero, avanzan con lentitud desesperante.
Mientras el Congreso debate sin apuro, las bandas siguen operando desde las cárceles, gestionando negocios, ordenando asesinatos y diversificando sus actividades, como denunció Camila Astrain, investigadora del Centro de Estudios en Crimen Organizado (CESCRO).
“Las bandas se sienten más seguras para poder ampliarse en términos comerciales”, afirmó Astrain.
Esta sensación de impunidad, sumada a un Estado que no logra anticiparse ni reaccionar, ha permitido que el crimen organizado se transforme en una industria paralela, que avanza mientras nuestras instituciones permanecen entrampadas en discusiones estériles.
¿Qué futuro nos espera?
El crimen organizado no es solo un problema policial: es un fenómeno político, social y económico. Y Chile está en riesgo de convertirse en otro eslabón más de una cadena continental de violencia que ya no respeta fronteras.
Es momento de preguntarse: ¿estamos preparados para enfrentar esta guerra silenciosa? ¿O seguiremos siendo espectadores de nuestra propia descomposición institucional?