El detective —al que llamaremos ANONYMOUS— conoce a todos: las vendedoras que en apariencia protegen a los niños, pero que en realidad los ofrecen a cambio de dinero; los hombres mayores, extranjeros en su mayoría, que repiten patrones de abuso; y los intermediarios locales que callan o colaboran.
Por: Oed Marcelo Bustamante | Columnista el Minuto de Argentina
Historias de niñas invisibles
Las víctimas son niñas de diez, doce o catorce años. Muchas, adictas a la metanfetamina, terminan atrapadas en un ciclo de prostitución y violencia. Otras mueren jóvenes. Algunas, con suerte, encuentran un trabajo en restaurantes o sobreviven en condiciones precarias.
El investigador relata escenas que estremecen: un occidental de 85 años, exmarine, que llamaba “lazy eye” a una niña a la que abusaba; un suizo que grababa violaciones de menores de cinco años en su “set de filmación”; madres alcohólicas que venden a sus hijos.

Complicidad y silencio institucional
La corrupción es un componente central. En ocasiones, la policía expulsa a pedófilos solo por tener la visa caducada, sin procesarlos por abuso. Los jueces y las ONG, muchas veces, se alinean con el relato oficial: “los malos son siempre extranjeros”.
El gobierno evita procesar a ciudadanos camboyanos, porque encarcelarlos implica asumir la manutención de familias enteras. Y, mientras tanto, los niños continúan siendo invisibles para el Estado y mercancía para el mercado sexual.
Métodos de caza
ANONYMOUS utiliza herramientas simples: cámaras ocultas, seguimientos en moto, GPS magnéticos adheridos a vehículos. Documenta cada caso con álbumes fotográficos que constituyen la memoria de una lucha solitaria.
Su ética lo sostiene: “Tengo hijos. No querría que pasaran por lo mismo”. Pero admite la frustración: muchos pedófilos escapan antes de que se junten las pruebas, otros negocian su libertad, y los más poderosos compran silencio.
Depredadores reincidentes
Algunos casos estremecen por su crueldad. Un hombre apodado Candyman lleva casi dos décadas abusando en diferentes países del Sudeste Asiático. Escapa de redadas, vuelve a Camboya, y persiste en un ciclo de impunidad.
El detective lo espera, consciente de que el depredador siempre regresa. La paciencia, dice, es la única estrategia eficaz contra quienes creen que el tiempo y el dinero los blindan.
Infancia en venta
Al caer la noche, las calles de Nom Pen se llenan de bares y prostíbulos. Algunas niñas de apenas seis años viven en clubes controlados por mafias extranjeras. La complicidad de las autoridades convierte la tragedia en rutina.
En Camboya, la infancia no es infancia: es mercancía. La pobreza, la corrupción y la indiferencia estatal sostienen un sistema en el que los depredadores sexuales, locales y extranjeros, siguen al acecho.
Conclusión – Oed Marcelo Bustamante
Camboya nos muestra un espejo incómodo: la infancia transformada en botín, la miseria convertida en mercancía y la corrupción como cómplice de un crimen sin fronteras. Los pederastas no son fantasmas: tienen nombre, rostro y pasaporte. Algunos regresan una y otra vez, protegidos por la inercia estatal y por una comunidad internacional que prefiere mirar hacia otro lado.
En este tablero, los niños no son ciudadanos: son objetos de transacción, carne barata para un mercado que no descansa. Y la gran pregunta resuena con violencia moral: ¿qué vale más para los Estados, su imagen turística o la vida de sus niños?
No hay matices. La indiferencia es complicidad. La impunidad, sentencia anticipada. Y mientras el mundo siga tolerando que la infancia sea una moneda de cambio, el negocio seguirá intacto.
Los depredadores están al acecho. Pero lo verdaderamente monstruoso es que, en Camboya y en tantos otros lugares, es el propio Estado el que les abre la puerta.












