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Ucrania: El fracaso de Occidente

El Minuto | La historia parece repetirse. Ucrania como Georgia, creyó en las promesas de Estados Unidos y la Unión Europea, dando la espalda a una realidad geopolítica, y sin medir las consecuencias de la reacción de su poderoso vecino ruso. El 24 de febrero de 2022, el mundo observó con asombro el ataque ruso hacia una serie de objetivos militares en Ucrania. Las promesas de ayuda, quedaron en la nada misma, sorprendiendo a un gobierno ucraniano sorprendido y para peor, sin una estrategia clara para hacer frente a la agresión rusa.

Por Jorge Alejandro Suárez Saponaro | Director de Diario El Minuto para Argentina

El avance de la OTAN hacia el Este, fue interpretado, y de manera correcta, como una amenaza por Moscú. La llamada guerra contra el terrorismo, abrió las puertas para que Washington se proyectara hacia el Asia Central, área vinculada a los intereses rusos. Rusia, un país de dimensiones colosales, siempre tuvo una particular sensibilidad hacia sus periferias por la ausencia de defensa naturales. Por ende siempre estas áreas, fueron fronteras móviles. Pareciera que los estrategas de la Casa Blanca y sus aliados, no han valorado debidamente esta percepción rusa, además de los vínculos históricos entre Ucrania y Rusia.

En 1991, nació Ucrania independiente, no de una lucha nacional, sino como consecuencia del estado que formó parte, el antiguo imperio soviético. Las fronteras heredadas, eran decisión del más alto nivel de la extinta nomenklatura, uniendo en una frontera común, realidades históricas, sociales y culturales diferenciadas, además de económicas. Las regiones del este y sureste (Odesa, Mykolaiv, Jersón, Zaporizhia, Donetsk y Lugansk) , siempre estrechamente vinculado a Rusia, que incluso formó parte de dicho país, antes de 1922, cuando el entonces gobierno soviético, incorporó, por una decisión arbitraria de Lenin, dichas regiones a la república soviética de Ucrania. Por ende los lazos con Rusia, eran muy estrechos, desde lo económico estaban integrados, además de culturales. La independencia vino a romper con una unidad de siglos, con sus consecuencias. Especialmente con los cambios políticos vividos en Kiev en 2014.

Ucrania independiente, arrastró muchos males, como gran parte de los países del espacio soviético. Los expertos calificaron al país, como un estado neopatrimonial oligárquico, donde elites de carácter informales, se hicieron con grandes empresas, bancos y servicios públicos, adquiriendo un enorme poder. Su desarrollo y prosperidad se basó en la corrupción y pertenencia a estructurales criminales. Desde los primeros tiempos de independencia, con la elección del presidente Kuchma, que ganó las elecciones con el 52% de los votos, puso en evidencia las diferencias entre el este y oeste del país, no solo por cuestiones culturales e idiomáticas, sino también económicas.

En 2004, el país tuvo una gran crisis política, la Revolución Naranja, donde afloraron las tensiones existentes, donde un sector de la sociedad se mostraba abiertamente favorable a estrechar los lazos con Occidente, especialmente los jóvenes, que veían en la Unión Europea, un camino al desarrollo, pero también acceso al mercado de trabajo en Europa Occidental, dado que Ucrania, no ofrecía muchas posibilidades. Estados Unidos apoyó la Revolución Naranja, como otros actores de Europa Occidental, e incluso dinero de estos países fluyeron para financiar este proceso político, con el objetivo de reemplazar la influencia de Moscú, por la de Washington. Las revoluciones de colores, fueron vistas como una clara amenaza por el Kremlin. Los gobiernos surgidos de ellas, en Georgia y Kirguizistán, claramente hostiles, incluyendo a Ucrania desde 2004, estalló la alarma en el liderazgo ruso.

Los sueños de ser parte de la OTAN y la UE, frustrados por la geopolítica y la realidad interna ucraniana.

El acercamiento con la OTAN por parte de Kiev datan de fines de los 90, cuando se integró en la Asociación para la Paz, integrada por aspirantes ser parte de la OTAN. Esto permitió a las fuerzas ucranianas ejercitarse con sus pares de la Alianza Atlántica. Kiev hizo todos los “deberes” con despliegues militares en Kosovo, Bosnia e incluso participar en la ocupación de Irak, luego de la invasión de este país por parte de la Coalición liderada por Estados Unidos. A pesar de los lazos con las potencias occidentales, esto no se tradujo en algún beneficio a las fuerzas ucranianas. La ruptura con Rusia, afectó al gigante aeronáutico Antonov, como también en la producción de muchos sistemas de armas. Las fuerzas navales y aéreas quedaron obsoletas, y pareciera que los políticos no han puesto interés en hacer algo con la defensa en Ucrania. Este deterioro, se puso en evidencia ante la incompetencia del alto mando para recuperar y controlar las repúblicas pro rusas de Luhansk y Donetsk.

Estados Unidos al apoyar dichos procesos políticos, buscaba avanzar sobre el espacio euroasiático, para eliminar gradualmente la influencia rusa, y por otro lado, también tener bases en Asia Central, frente al creciente poderío chino. El apoyo al gobierno pro occidental en Georgia, estaba estrechamente vinculado a intereses sobre posibles rutas para el petróleo en Azerbaiyán. Rusia observó que su apoyo a la Guerra global contra el terrorismo, no tenía contrapartida o beneficio alguno, sino más bien, lo que se buscaba era satelizar o controlar a Moscú, y avanzar sobre espacios de interés nacional. La posibilidad de un acuerdo Occidente Rusia, quedó roto. Moscú, apostó a impulsar el multilateralismo, alcanzar un entendimiento con China y recuperar su rol en los espacios que alguna vez formaron parte del Imperio ruso.

Las potencias occidentales, en 2008, con la creación del Estado de Kosovo, puso en evidencia, que Moscú estaba siendo marginado de la política de seguridad europea, siendo tratado como un país de segunda línea. Finalmente, Rusia, decidió pasar a la acción y dar un mensaje claro, sobre el avance sobre su “periferia” con una breve guerra con Georgia, país, que tenía un conflicto interno por el separatismo de las regiones de Osetia del Sur y Abjasia. La falta de tacto político de Tbilisi, y la confianza, que la OTAN, alianza a la cual aspiraba a incorporarse, serían garantías para lidiar con su poderoso vecino. Finalmente, Georgia fue abandonada a su propia suerte. El resultado, Osetia y Abjasia, se convirtieron en repúblicas independientes, bajo el amparo de Moscú. Esta receta había sido aplicada en la república de Transnitria, desgajada de Moldavia en 1991, con el amparo de la presencia militar rusa.

La crisis siria, donde Estados Unidos, empujado por sus aliados árabes, apoyó a una coalición variopinta de opositores al régimen de al Assad, pero que pronto fueron copados por sectores yihadistas radicalizados. Rusia vio una seria amenaza al Cáucaso, espacio donde el extremismo islámico, buscó con apoyo velado de los estados del Golfo Pérsico, sentar base. Asimismo, la estratégica base en Siria, que servía de plataforma para estar presente en el Mediterráneo, peligraba, y con ello, el último vestigio de presencia rusa en Próximo Oriente.

Putin, en un hábil movimiento, que sorprendió a los mismos Estados Unidos, brindó apoyo al régimen de al Assad, al borde del colapso, y convirtió a Moscú en un actor de peso en la región, como en tiempos soviéticos. Los desaciertos de Occidente en la zona, incrementaron el rol de Rusia como actor relevante, algo que rápidamente observó Israel, que gracias a la hábil y pragmática política exterior impulsada por el ex premier Netanyahu, permitió tener relaciones cordiales, con una agenda propia.

En Ucrania, la esperanza de cambios, como consecuencia de la Revolución Naranja, se esfumó. La corrupción continuó, junto con los vaivenes de la política, incapaz de sacar al país de sus graves problemas económicos. En 2010, la llegada a la presidencia de Yanukóvich, pro ruso, vencedor frente a la pro occidental Yulia Timoshenko (luego presa por corrupción), generaron ciertas medidas, destinadas a mejorar las relación con Moscú, como la renovación del arriendo de la base de Sebastopol por 25 años más. Pero por otro lado firmó un Acuerdo con la UE en 2013, algo que generó nuevas tensiones con Rusia.

En estas circunstancias se desarrolló el llamado Euromaidán, que provocó la caída del gobierno. A pesar que el gobierno de transición que asumió el poder, era inconstitucional, la UE y Estados Unidos dieron la bienvenida al nuevo régimen pro occidental. El Acuerdo de Asociación con la UE fue firmado, y pareciera que el camino para ser parte de la Alianza Atlántica estaba abierto. Una vez más, la dirigencia ucraniana, no midió las consecuencias de sus actos y la reacción del poderoso vecino ruso.

El posible ingreso de Ucrania a la OTAN, era algo inaceptable para Rusia, por varios motivos. Forma parte de su periferia y la lectura que hace Moscú es un claro avance y un intento de bloquear a Rusia. Sin ninguna duda, los rusos estarían obligados a abandonar la base naval de Sebastopol, vital para su proyección sobre el Mar Negro, que le permite a Rusia acceder al Mediterráneo. La lucha por el acceso a puertos de aguas cálidas o que pueda ser empleados todo el año para el comercio ultramarino ruso, fue uno de los grandes objetivos de Rusia en tiempos de los zares, estas “ventanas” contribuyeron al acceso a nuevos mercados y reducir la dependencia de terceros actores que controlaban dichos puertos. El avance de la OTAN iba ser percibido, según la lógica del Kremlin, como un gesto debilidad rusa, y por ende un pésimo mensaje para países, donde Moscú buscaba mantener su presencia e influencia especialmente en Asia Central.

Putin frente al Euromaidán, se mostró conciliador ofreciendo ayuda económica vía precios especiales de venta de gas, ayudas por US$ 15.000 millones. Pero la suerte estaba echada, y el liderazgo ucraniano, insuflado de nacionalismo, decidió desafiar a Moscú, lanzó una política de centralización, al marginar al ruso como lengua oficial y de uso en la educación. El ingreso a la UE, además amenazaba la economía del este de Ucrania, estrechamente ligada a Rusia, y poco competitiva para lidiar con las industrias de Europa Occidental. El temor de seguir el destino de muchas industrias de Europa del Este, que sucumbieron ante la competencia occidental, sin ninguna duda alimentó los ánimos contra Kiev, siendo visto sus acciones como una amenaza, no solo la identidad cultural de las poblaciones rusificadas del este y sur del país, sino a la estructura económica del Donbás. A pesar del optimismo del liderazgo ucraniano sobre los Acuerdos con la UE, las políticas de liberalización económica, la corrupción en manos de los oligarcas, han impedido que la economía se modernizara, traduciéndose en un incremento de la pobreza con una renta per cápita que es un quinto de la media de la UE, bajos salarios, altas tasa de emigración, y un deterioro de la calidad de la salud y educación.

Las complejas relaciones con Moscú, incluyen la cuestión energética, especialmente por la dependencia del gas, que ha sido una poderosa arma de Rusia para presionar a Kiev, como a los países de Europa Occidental, especialmente Alemania, muy dependiente del gas ruso, que por cierto gran parte es transportado a través de Ucrania.

El proyecto Nord Stream, paralizado con la actual crisis, tiene que ver con el interés germano de seguir comprando gas a los rusos, a precios competitivos, lo que se ha traducido históricamente en una política de diálogo y apaciguamiento de Berlín hacia Moscú. Los líderes ucranianos, no han tenido la capacidad para buscar una reconversión energética del país, mas allá de la apuesta al carbón, en áreas controladas por poblaciones rusoparlantes, los serios problemas económicos, han impedido hacer algo con las plantas nucleares, de tecnología de tiempos soviéticos, que podrían haber servido como alternativa para reducir la dependencia de la energía rusa.

Las crecientes tensiones entre Kiev y las poblaciones ruso parlantes, se puso de manifiesto en Crimea. Territorio cedido por Jrushov en 1954, cuando históricamente había pertenecido a Rusia, como recuerdo al 300 Aniversario del Tratado de Pereyaslav. Crimea se proclamó independiente en 1992, siendo la respuesta de Kiev el reconocimiento de un régimen de autonomía especial. Pero el sentimiento separatista se mantuvo y la crisis de 2014, no hizo más que impulsarlo de nuevo. Rusia envió fuerzas especiales y las fuerzas ucranianas en el territorio, desertaron en su mayor parte, lo que abrió las puertas para la anexión – reincorporación desde la lógica de Moscú – de Crimea y la ciudad de Sebastopol, también rusa desde su fundación en el siglo XVIII.

En la región del Donbas, la oposición al Euromaidán, derivó una insurrección por parte de la población ruso parlante que se negaba aceptar la caída del gobierno. La intervención armada ucraniana, junto a elementos paramilitares, unido a la ausencia de tacto político en el manejo de la crisis, llevó a una guerra civil, con el claro apoyo discreto de Rusia. Las autoproclamadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, se aglutinaron una suerte de confederación llamada Novorrossiya o Nueva Rusia. La creación de estos gobiernos separatistas, fueron ratificados por referéndum. La intervención rusa no se hizo esperar, por medio de la inteligencia militar, asesores participaron en la organización y conducción de milicias, que pronto recibieron material como tanques T64, misiles antiaéreos, artillería de cohetes, etc. Las milicias eran un conjunto de desertores del ejército ucraniano, mercenarios chechenos, además de ciudadanos rusos.

La ofensiva del ejército ucraniano cercó las capitales de los separatistas, con el objetivo de dividirlos y aislarlos de sus bases de abastecimiento. Rusia respondió con mayor ayuda e interviniendo directamente, aunque no lo reconoció oficialmente sino más bien lo negó. Se estima que hasta 10.000 efectivos rusos de las fuerzas regulares, entre unidades de operaciones especiales, paracaidistas, unidades de reconocimiento motorizados, cruzaron la frontera. Por ende, desde nuestro modesto lugar, discrepamos, que Rusia invadió Ucrania en 2022, sino que ha estado presente de alguna u otra manera en la zona del Donbas, combatiendo a las fuerzas de Kiev.

La reforma militar rusa en materia orgánica y doctrinaria, potenció a las fuerzas de asalto aéreo, con tanques y blindados ligeros, además de cambios en las unidades tácticas, formando grupos tácticos de batallón, caracterizados por un adecuado balance de potencia de fuego, movilidad y rápido despliegue. A diferencia de sus pares ucranianos, las tropas rusas encuadradas en estos grupos, son todos profesionales, con un alto nivel de preparación. El sistema de rotación de unidades, permitió mejorar la preparación para el combate y la experiencia adquirida. La invasión de febrero de 2022, pone en evidencia las lecciones aprendidas.

En la batalla de Ilovaisk, en agosto de 2014, los ucranianos conocieron en carne propia la capacidad de estos grupos y de su poder de combate. Para muchos analistas, las capacidades rusas impedían la idea de una invasión en toda regla a Ucrania, pero lo que estamos observando en estas horas, pone en evidencia que el nivel profesional alcanzado por las fuerzas rusas no tiene nada que envidiarle a sus pares de la OTAN.

La incapacidad de alcanzar un proceso de paz en la región del Donbas, junto a la postura de Kiev de integrarse a la OTAN, a pesar de ser una posibilidad lejana, dado el escaso interés que tienen Alemania y Francia, para no provocar a Rusia de manera innecesaria, no hizo más que alimentar el conflicto con Moscú Agregándose el interrogante que beneficio estratégico le trae a la Alianza Atlántica, incorporar a Ucrania, junto con el hecho de tener situaciones de conflictos no resueltos, y el estado lamentable de sus fuerzas armadas.

La intransigencia de las partes, especialmente Washington, de no considerar a Rusia como un actor clave para la seguridad de Europa, junto con una lectura de Moscú, de debilidad de la Alinaza Atlántica, luego de la desastrosa retirada de la OTAN de Afganistán. SIn ninguna duda alimentaron la escalada del conflicto. En medio de ello, un incompetente presidente ucraniano Volodímir Zelenski, aferrado a las promesas de la UE y Estados Unidos, esperó hasta último momento un milagro que no iba ocurrir. Finalmente el Kremlin, aprovechó la debilidad de Occidente, y con claro conocimiento, gracias a una brillante evaluación de su inteligencia estratégica sobre las reacciones del adversario, pasó a la acción, y dar el golpe necesario para impedir como fuera el avance de la OTAN hacia su área de interés. Ucrania sin alerta estratégica, con sus fuerzas armadas en un estado lamentable, un liderazgo político realmente incapaz, ha reaccionado tarde y no ha tomado real dimensión, que quienes los llenaron de promesas los abandonaron a su propia suerte. Tal vez el mapa ucraniano como hoy lo conocemos, sufra importantes modificaciones.

Ucrania, como Afganistán, Libia, Malí, son claros ejemplos como Occidente ha fracasado. Estamos ante el ascenso de nuevos actores, y posiblemente estemos ante las puertas de un mundo más inestable y menos seguro.

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