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El Oficio de Santo

Un relato generado en la licencia literaria y la descripción de algunos personajes elevados a la cuasi divinidad inducen a una reflexión ante la Semana Santa. Abrir un debate sobre la validez de sacras investiduras puede brindar más luz para reconocer a los justos.

Por: Gary Ayala | Director de El Minuto en Perú


Miqueas, era originario de los valles que rodeaban al Monte Guerizím, se ganaba la vida con el pastoreo, por ello aprendió el uso del cayado (bastón de madera), la honda y la vara. Con Lea, su compañera, tuvo siete hijos, al quinto vástago lo llamaron Dimas, el más fiel de las jornadas, de hecho, aprendió desde muy niño el oficio paterno y hasta conversaba largos momentos con el rebaño.

Una tarde, al cumplir 13 años, Dimas contó el número de cabras y ovejas que poseían, se atrevió a llevarlos más al sur pues había verdes campos que sólo veía desde lejos, pensó que al llegar a ser adulto multiplicaría su patrimonio y que por fin podría levantar una gran casa para vivir mejor con sus padres y hermanos, sintió que lo podía todo. Cuando esto pensaba, llegó un grupo de hombres quienes, al verlo solo, arriaron a los animales para llevárselos, creyó que era travesura de ebrios, pero se los llevaban en verdad.

– ¡Qué hacen, son míos!

Miqueas, había seguido a su hijo y corrió al ver la situación, llegó y quizá recuperar al rebaño, pero los hombres lo sujetaron y golpearon con una piedra en la cabeza, también Dimas sufrió varazos en el cuerpo al tratar de defender a su padre. Finalmente, Miqueas, sangrante, quien había logrado golpear a dos de esos cinco hombres, movilizó a la mitad que pudo rescatar. Ambos retornaron a casa, al llegar, Miqueas, se desplomó.

Los días por delante no fueron los mismos, el jefe de la familia murió esa noche, el hijo testigo de la agresión lloró y sintió una rabia que le quemaba el alma, recordó cuando aquel sujeto lo miró a los ojos antes de dar el golpe mortal a su padre. La familia ingresó a una etapa muy crítica hasta que quedó en la miseria y vivió de la caridad.

Dimas, ya mayor, decidió marcharse a Jerusalén distante a día y medio. Poco antes, había visto a un extraño llegado desde esa ciudad hasta el pozo de agua de su aldea donde relató la vida de una lugareña sin conocerla y además afirmó que todos eran hijos de Dios. Quedó impactado y pensó que ya no eran tan agresivos los habitantes del sur.

Como foráneo, debía ser más cuidadoso en su viaje, tal como le había rogado, Lea. Llegó a destino y vio pastores, ofreció sus servicios, pero no aceptó ser retribuido solo con comida y lugar para dormir; luego se ofreció a trabajar en la cosecha de trigo en un festival llamado Las Primicias, era estación de primavera, pero después de dos días se marchó porque el administrador le descontaba por la comida que recibía.

El tiempo pasó y después de varios oficios, Dimas, ganó aprecio en un taller de carpintería, se hizo hábil con las herramientas y demostró exactitud en sus trabajos; no obstante, tomó el hábito de beber mucho vino. Una noche, con amigos más viejos, todos bebidos, llegó a una casa fuera de la ciudad, había gente riendo y mujeres que lo recibieron como si lo conocieran de mucho tiempo. Allí, sufrió un terrible trauma que le cambió la vida.

Al caminar varios pasos, se chocó con un hombre mayor con el cual se miraron fijamente, Dimas lo miró con reconocimiento, el otro solo con la mirada pasiva del encontrón. ¡Era él!, era el asesino que golpeó a su padre en la cabeza con una piedra. Sintió confusión, odio y miedo, sintió que todo lo sufrido por su madre, hermanos y él mismo lo había causado aquella persona, ahora en sus manos.

Se regaló un minuto, respiró, siguió con la mirada a aquel hombre y lo vio sentarse ante una mesa. Dimas pidió una jarra de vino y se sentó con sus amigos sin quitarle la mirada. En un instante, aquel sujeto salió apresurado hacia la parte trasera. “¿Me habrá reconocido?” -pensó- y se levantó raudo, lo siguió, tenía el cuchillo que llevaban siempre los varones para comer en cualquier lugar. Pero, dos hombres por detrás corrieron más rápido que él y al parecer alcanzaron al tipo para protegerlo. Dimas, igual corrió, tenía ira.

“¡Qué!”, gritó Dimas, el hombre al que seguía ahora retornaba hacia él, pero con los ojos desorbitados, chocaron, pero esta vez recibió un cuerpo desvaneciente, lo abrazó y sus manos se impregnaron de sangre, estaba apuñalado en varias partes, parecía rogarle que lo salve. Dimas, creyó estar en una pesadilla, comenzó a temblar, miró a todos lados, no había nadie, miró al cielo y gritó “¡Por qué estoy pasando esto!”

En adelante, Dimas se dedicó solo a beber, perdió el trabajo y se quedó con nada, dormía en las calles, harapiento, parecía enloquecido. Un día, hambriento, robó un bolso de cuero que vio en una pileta, corrió y fue alcanzado por dos soldados romanos, era el bolso de un cruel centurión llegado de viaje, traía joyas para su mujer. Fue encarcelado y acusado por robo y sedición contra Roma. Su sentencia fue inmediata.

Fue conducido a un cuartel con más prisioneros, vio desde unas rejas el azote despiadado a un hombre al que clavaron zarzas en la cabeza. Dimas, en su desgracia personal, sintió pena por aquel hombre, no concibió palabras, pero su corazón se identificó con ese dolor ajeno. Luego, sin noción del tiempo, Dimas, se halló en una cruz, en un monte, atado de pies y brazos con un dolor de costillas y huesos que le desgarraban la vida.

Allí volvió a ver al azotado, presenció su atroz clavado de pies y manos hasta ser levantado. Más allá, otro crucificado le dijo: “¿No eres el Mesías? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros!”. Dimas, entonces recordó al judío que habló en su aldea samaritana con palabras de sabiduría y bondad. Reaccionó: “¿No temes a Dios, tú, que estás aquí? Nosotros merecemos este castigo, pero éste no ha hecho nada malo”. Miró al Hombre y le dijo: “Señor, acuérdate de mí cuando entres a tu reino”. Fue respondido: “Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”.

Dimas, sintió una paz nunca percibida, vio a su padre, madre, hermanos y su rebaño, todos corrían por sus campos y reían, sintió una cálida luz ante sus ojos y expiró. La humanidad lo reconocería como el primer Santo de la Iglesia.

Consagrados por Decreto

La imagen esculpida o impresa de miles de personas está en los altares de las iglesias que admiten la iconografía. Sus buenas acciones en determinados momentos los consagraron sin importar si tuvieron “pecados” durante breves o largos tiempos. Thomas Craughwell, en “Santos que se Comportan Mal: Asesinos, Ladrones, Trollops, Estafadores y Adoradores del Diablo que se Convirtieron en Santos”, realiza un compendio interesante.

Un fariseo en el siglo I, implacable perseguidor de los seguidores de Jesús -a quienes cazaba sin importar si era hombre o mujer y que incluso estuvo presente cuando lapidaron a San Esteban- fue convertido por el propio Mesías hasta llegar a ser el institucionalizador de una iglesia: San Pablo.


Gary Ayala 


En el siglo II, un joven fue encargado de cuidar el dinero recaudado para viudas y huérfanos, huyó. Al ser capturado, lo perdonaron y liberaron para que devuelva el dinero, pero fue recapturado al pretender dinero indebido en una sinagoga; más tarde abrazó la fe hasta llegar a ser Papa antes de ser asesinado: San Calixto I.

En el siglo IV, San Agustín, estuvo en la promiscuidad y desenfreno del sexo, pero se convirtió al cristianismo a los 31 años de edad y se hizo doctor de la religión católica. Santa María de Egipto, en el mismo siglo hizo lo propio, huyó a los doce años de edad a Alejandría donde vivió su ninfomanía y la prosiguió en Jerusalén con los peregrinos. Cambió de vida antes de morir y fue enterrada por un hombre y un león del desierto (?).

San Simeón el Estilita, durante el siglo V, en Siria, se entregó al fanatismo religioso y fue expulsado del monasterio por su auto flagelo. Se le considera el inventor del silicio (objeto para castigar el cuerpo). Vivió en una columna de tres metros y luego en otra de 17 sus últimos 37 años para no ser interrumpido en sus rezos. Se le atribuyó sabiduría y milagros.

Una joven, en el siglo X en Rusia, se casó con un príncipe el cual fue asesinado al imponer impuestos a una tribu eslava. Decidió venganza. Mandó enterrar vivos a 20 emisarios que le ofrecieron ser esposa de un noble de aquella tribu; hizo quemar a líderes a quienes invitó con engaños; ordenó a su ejército asesinar a toda la tribu en una falsa fiesta e incendió su pueblo. Se hizo cristiana y piadosa. Su nieto decretó su culto: Santa Olga.

En el siglo XVI, un joven dedicado al juego de las cartas, las apuestas y la vida mundana se ganó muchas peleas y escándalos, después prosiguió como mercenario para acabar con vidas a cambio de dinero, terminó como mendigo pues no dejó sus vicios.

Un día vio a un doliente abandonado y se compadeció, se dedicó a la fe, se hizo sacerdote y caritativo con los enfermos, hoy su nombre lo llevan muchos centros médicos y clínicas: San Camilo.

La guerra cristera en México (1926-1929) enfrentó al gobierno de Plutarco Elías Calles contra religiosos/feligreses debido a recortes de facultades a la iglesia. Se estima 250 mil muertos en crueles ejecuciones realizadas por ambos lados. El Papa Juan Pablo II canonizó a 25 cristeros y el Papa Francisco a otro más.

Pero, las inocentes maestras violadas, torturadas y quemadas, campesinos mutilados y quemados hasta un heroico profesor de 16 años salvajemente asesinado -por manos cristeras- no existen para la iglesia.

Jacques Fesch, un rico joven francés del siglo XX, llevó una vida de playboy, tuvo hijos en diferentes mujeres, pero nunca hizo hogar. Quizá aventurar más y pidió dinero a su padre banquero para comprar un barco, al ser negado planeó un robo, pero en el intento mató a un policía y fue sentenciado a guillotina. En la cárcel se hizo cristiano antes de morir, lo publicitaron. Un arzobispo lo promovió y ahora está en proceso de beatificación (!).

El Papa Francisco canonizó a Fray Junípero, un misionero fundador del catolicismo en California (siglo XVIII) el mismo que tiene una estatua en el Salón Nacional de las Estatuas (Capitolio, EE.UU.). Pero, Ron Andrade, líder de la Comisión indio-americana de Los Ángeles, dijo que Junípero equivale a Hitler por diezmar a los nativos, peor aún, en el 2018, la Universidad de Stanford anuló su nombre de dos edificios y de una calle del campus.

¿Cuál línea divide al santo del mundano? El cuarto de hora imperfecto de los caritativos ¿Los condenará? Judas, careció de la segunda oportunidad que tuvieron otros ¿El perdón es finito? ¿Sólo bautizo y momentos benignos definen un decreto de santidad, o hay más razones? Y si el Dios único, sin dioses amigos, desea tener abrazos, frases de amor propias de sus hijos y ver su fraternidad ¿Estará aburrido de oír rezos redundantes por milenios?

Los actos en beneficio del prójimo han dejado la estela de bondad de muchas personas anónimas. El mensaje cristiano sesgado ha impedido comprender que al reino de los cielos se va desde el corazón, no a partir de barrocos recintos, que los santos no sirven a cofradías sino a la humanidad desde una fe suprema. Aquel que piensa y obra por cambiar el mundo porque solo un hombre dormirá esta noche con hambre, está entre los justos.

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